Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En Dubai, según se llega al segundo camello a la derecha, en mitad de la nada acuática han levantado un paraíso urbanístico que hubiera hecho las delicias del famoso artista de Seseña. Es el sueño del Pocero, de Roca, de los huérfanos ideológicos de Gil y de los presuntos de Alhaurín todos unidos, una gran palmera que se adentra en el mar.
Lujo hortera y desmedido sólo al alcance de quienes tienen por Rh petróleo positivo, (una sangre espesa y tonta que hace muy feliz a sus propietarios). En cada rama del palmerón hay una serie de mansiones dignas de jeque árabe o de magnate de la industria del porno. Los millonetis del Golfo Pérsico prefieren quedarse allí a venir a Marbella porque pueden presumir con alegría de que el velo es bello y de la sumisión tiránica que tiene la excusa de ser coránica. Entre los muros de villas florentinas, donde se mezcla la uralita con el mármol, se esconden sus poderes absolutos y su imperio de la opulencia donde los gatos padecen gota por comer camarones. Para acceder hay que apretar un timbre que tiene forma de ombligo y que le da cosquillas en los cataplines al propietario.
Si al Pocero o a los hijos predilectos de Gil les hubieran dicho que podían construir en el agua, a estas alturas Marbella estaría conectada con Dubai a través de un puente de oro como el que lucen los mafiosos en las películas malas, (en las buenas llevan implantes y zapatos de punta). Yola Berrocal sería ministra de Marina y todo el mediterráneo olería a chorizo y barbacoa. Y por contagio, en Seseña atracaría el Queen Mary II en esa laguna de los mosquitos que es el pantano del pelotazo en seco, aunque para ello tuvieran que desviar el cauce del Tajo a su paso por Toledo.
La enorme palmera dubaití es una babel de ladrillo flotante, una Venecia alicatada, una Seseña en mar de nadie, un coño, un barco de hormigón libre de hipoteca. De la que nos hemos librado, por el momento, gracias a un alcalde que le paró los pies a un tipo sin escrúpulos convencido de que el soborno es la base de la democracia municipal. «¡Qué te pago, leche!», decía tirando de bolsillo en el costillar. La verdad es que sus antecedentes tenía El Pocero; podrá invocar el marbellazo o la gran palmera de Dubai, pero malgré lui sin licencia del Ayuntamiento su megaimperio es el decorado de una película del oeste. Lo que decía Gómez de la Serna del agua de sifón: «Es la nada con burbujas».
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