Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Los vecinos de la sierra norte se mosquearon (y con razón), aquella sombra oscura en el cielo tenía que venir de un gran incendio, efectivamente procedía de Galicia donde la perversidad se ha aliado con la mala intención, el calor, la sequía, el verano y la desorganización propia de las tropas de Pancho Villa. El pirómano apenas tuvo que prender la mecha para que el resto se produjera sólo.
Los madrileños, de vacaciones en la sierra, pudieron comprobar que para vivir los efectos negativos de algún evento no hace falta hacer turismo. Lo de la capa de ozono parece que nos queda muy alto pero la nube negra le puso a más de uno un nudo en el estómago: “es verdad, Galicia arde y se nos está quemado parte de nuestra riqueza forestal”. Mientras que los políticos discuten sobre las doce caras de un Estatut, parece que España es el resultado de vivir juntos y de lamentar las mismas tragedias.
No hay mayor solidaridad que la de padecer el mismo humo.
De una manera muy gráfica la gran sombra de la destrucción nubló una tarde de verano en Madrid, nadie esperaba las alas negras de un cuervo que venía del norte. Pues háganse una idea de cómo deben andar por allí arriba, acostumbrados a la lluvia fina y a los bosques espesos, ahora que llueve ceniza sobre unos esqueletos carbonizados.
Y el Rey navega en yate por unos mares de lujo mientras unos apagan, otros se acongojan y todos nos preguntamos hasta cuándo van a durar estos incendios brutales. Y qué narices hacen los políticos para evitarlos, además de arrearse con la tea de la oportunidad que pasaba cerca.
Los gallegos no se merecen que les dejen carbón en la puerta de su casa, y tampoco que el viento sople en su contra. Algo malo hemos hecho porque ni las nubes, tradicionales aliadas, han querido salir a nuestro encuentro.
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