El beso

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Dos se quieren, chico y chico, y otro los casa, fin de la historia, (en el caso de que todo fuera normal), pero si es Gallardón el oficiante de una boda gay todos los relámpagos de la estratosfera se desatarán sobre su persona. A estas alturas lo que haga, y lo que deje de hacer el alcalde de Madrid, será sometido a crítica afilada. Tampoco creo que le sorprenda y mucho menos que los palos vengan de su partido donde le tienen unas ganas inmensas, el pensamiento y la libertad de acción siempre han estado mal vistos en una formación política. Luego se quejarán de los partidos monolíticos, de las listas cerradas y del pensamiento único. Cuando sale alguien original como Gallardón, todos a por él.

Ya veremos si la boda no se convierte en el culebrón del verano a base de acciones/reacciones, dimes, diretes y palabritas del niño Jesús. El PSOE pide coherencia cuando en sus filas cuentan con Paco Vázquez, nada partidario de las bodas gays. No hay partido coherente y mucho menos cuando se trata de defender libertades individuales.

Lo que más asombra de esta crónica de ira y agostos es que nadie habla de la pareja, quienes son, cómo se conocieron, qué piensan hacer de su futuro, qué representa para ellos la boda, qué compromiso han adquirido y por qué pidieron que fuera Gallardón su casamentero.

Lo importante es que son matrimonio y un beso ha sellado el compromiso que esperamos sea de felicidad. Lo otro, las iras del partido y los comunicados del arzobispo son una marejada en un vaso de agua. Lo importante nunca puede ser otra cosa cuando es el amor lo que transcurre.
Si acusan a Gallardón de ser cómplice de la felicidad no es mala cosa, ciertamente.

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