Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Hace falta una ley de huelga y hacen falta unos sindicatos en condiciones, de otra manera la que se ha liado en el aeropuerto de Barcelona se puede repetir. Antes las grandes broncas quedaban reservadas para las huelgas de astilleros pero después de lo vivido en El Prat, átense los machos porque vienen turbulencias. Imaginen que el personal médico interrumpe en un quirófano y cortan el oxígeno y la anestesia, o que los bomberos acudan con cerillas en lugar de con extintores, o que los jueces liberan presos en señal de protesta y dejan las cárceles vacías. De todas las formas que existen para reivindicar una justa causa hemos elegido la que más ruido hace, y si podemos fastidiar a un tercero mucho mejor.
El cabreo social es evidente y el poder de los sindicatos nulo, la gente no confía en ellos porque ellos (a su vez), cambiaron la pana por la moqueta y decidieron que tampoco había que pelearse tanto con el poder porque siempre es mejor fumarse un puro que pasar un apuro. El resultado son unas confrontaciones que nunca habíamos visto y que plantean un futuro color oscuro, más bien a tortas. Por el momento los conejillos son los pasajeros de avión, con su paciencia se están haciendo pruebas similares a las nucleares sobre atolones del Pacífico, primero fueron los pilotos y más tarde el personal de tierra de Iberia. Para quién se ve obligado a dormir con un cartón en el suelo de un aeropuerto, cada mañana que pasa es una atrocidad contra los derechos del consumidor. Una vez comprobada la virulencia de las reivindicaciones podemos afirmar que un pasajero con tarjeta de embarque es un bulto sospechoso, un rehén, un ser indefenso y un sujeto pasivo de la ira de los demás. Que se lo digan a Tom Hanks cuando hizo el papel de Víctor Navorski, un turista de un país del este que se quedaba en el limbo jurídico del aeropuerto de Nueva York a causa de un golpe de Estado. Cuando te coge una huelga de pilotos o de personal de tierra, te puedes dar por liquidado al amanecer.
La aventura hoy no está en viajar a parajes secretos, (no queda ni uno sin una tienda de Zara), sino en ser atrapado en la telaraña de un aeropuerto moderno, de una perversidad digna de Torquemada. A pesar del escándalo social que ha provocado la huelga canalla del personal de tierra, eso no es nada comparado con lo que puede venir. Siempre hemos sido el país de los nostálgicos y de los cabreados, y si a un cabreado le das una pista de embarque puede liar una bronca de enormes proporciones. Así que cambiemos el Ministerio de la Vivienda por el Ministerio del Cabreo con tres direcciones generales: cabreo de tierra (atascos), de aire (aeropuertos) y de mar (grandes cruceros y pequeñas barcas de recreo).
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion