Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El centro de vigilancias y alertas de precios avisa de que se puede producir un tsunami en la vivienda. Según el informe del BBVA hay un 10% de posibilidades de que el castillo de grúas se venga abajo en el próximo año y medio. Pero si la vivienda alcanzara el 20% de incremento en 2006, el riesgo subiría hasta el 40%. Traducido: agárrense a la hipoteca porque la ola de la desilusión puede superar la altura del Mulhacén, y de ahí para abajo.
El dato es un jarro de agua fría en las personas que tienen dudas espirituales, algunas políticas (y no pocas sentimentales), pero que creen en el ladrillo como fuerza superior. Aquellos que tienen el piso como garante de su jubilación y que disfrutan de manera morbosa cuando alguien en su edificio vende a precios de Manhattan lo que ellos compraron a precios de barrio. Le llaman la burbuja inmobiliaria y es tan irreal como los sueños, pero la tenemos por irrefutable. Decía Machado que todo necio confunde valor y precio, en ese huerto privado de la propiedad es el terreno donde la gente construye su particular cuento de la lechera. Si a los jeques árabes les hizo ricos un agujero por el que salía un líquido pastoso y oscuro, a los españoles nos pusieron en Europa los pisos. Un habitáculo cualquiera, da igual el lamentable estado que presente, es un lujo inalcanzable. No hace mucho se vendió una propiedad de cinco metros cuadrados, donde no cabía ni la más mínima esperanza pero el dueño la mostraba en la tele como si fuera Versalles. La diferencia entre un cuchitril mohoso y un piso singular es la literatura que le ponen las agencias. Leer anuncios de ventas de pisos es como bailar con Alberto de Mónaco en el baile de la rosa, cursi en extremo.
El informe del BBVA nos baja de la nube y nos pone las pilas de la realidad: la feria de vanidades se puede desenchufar en cualquier momento y lo que parecían corceles volverán a ser ratones, fin del cuento, ¡a despertar!. Asunto que valdría de escarmiento a quienes venden su alma al diablo para que les pague la hipoteca. El Gobierno culpa a los ayuntamientos y la burbuja volando por encima de nuestras cabezas. Hemos pasado demasiado tiempo haciendo el papel de López Váquez en El Pisito.
El ladrillazo es una realidad palpable, más una certeza que una amenaza. Si piensan que ese temor frenará el alza compulsiva, van aviados. Apenas durante unos meses los precios y los compradores se mirarán con cara de reto pero sin tocarse los guantes, bailarán las piernas y en todo caso se lanzarán algún golpe. Truji, superministra del ladrillo, no puede quedarse en la directora de orquesta del Titanic, tiene que intervenir antes de que la pelea acabe en llanto. Si al español le haces dudar del valor de su vivienda le rematas del todo, Truji. Ya sólo falta que le diga quienes son los Reyes Magos.
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