Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En Barajas humea la cola de una gran ballena muerta, y los cetáceos no son de río. Algo muy extraño ocurre entorno al caso del avión de Spanair accidentado. Todo lo que no es claridad es humo que se extiende sin permiso, y cada vez más denso. Primero era un motor en llamas, luego no hubo tal, y ahora alguien urde la sospecha sobre el piloto porque la sospecha es otra forma de agitar el humo. En esa niebla de la confusión, y de manera más retorcida que amasijos de hierro, comparecen responsables de la compañía que ponen cara de humo, también. A ninguno de ellos le compraría usted un coche de segunda mano, pero sí los que iban en ese vuelo fatídico les compraron un billete. Se ponen detrás de una mesa con una corbata negra y no saben responder a las preguntas, con su manera de hablar pesarosa nos lanzan botes de humo para que lloremos. Y, humo es también, cuando nos distraen con los protocolos de mantenimiento de la aeronave y con las conversaciones de luto que recoge una caja negra. En toda esta desventura hay niebla densa con personajes de ciénaga que retrasan la publicación de la lista de pasajeros porque intentan cambiar la realidad para que no les afecte. Si pueden le echarán la culpa al mecánico que apretó el último tornillo, o al empleado de mantenimiento que pasó la aspiradora. Ellos, los de la corbata negra y la conciencia de igual color, intentan irse de rositas por el marco legal. Dudoso empresario es el que anota en beneficios lo que debería ir en la cuenta de la seguridad. De nuevo el humo. Dicen que es una compañía que tenía un futuro muy complicado, (el presente ya lo hemos visto), pero extraña que el Gobierno no haya actuado sobre ella con el rigor del que hizo gala en otros casos, como en el de Air Madrid. Hasta los hospitales se han acercado los bomberos para preguntar por los heridos, bomberos con la cara oscura del humo. En Ifema hay un pabellón de lágrimas negras. Y las familias se reúnen en un hotel al que se accede por una puerta giratoria muy oscura. Dicen que pilotos y tripulantes de cabina, compañeros de los desaparecidos en Barajas, antes de despegar tragan humo y luego intentan no toser para no asustar al pasaje. Pero ellos también sienten la inseguridad de lo que no está claro. Al final de una pista del aeropuerto de Madrid hay una ballena que asoma la cola junto a un río, imagen de una postal atroz que pone fin al verano. Alrededor un pasto quemado y algunos coches de policía. Esos ejecutivos de Spanair deberían contar lo que callan, que no debe ser poco. Mientras, todo lo que digan es vender humo y más humo. Le echan la culpa a los arcanos mayores como si el mantenimiento de una flota de aviones estuviera en manos de Dios, pero la caja de los billetes en manos de los hombres.
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