Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Por lo tanto, han pasado 70 años (y un día), tiempo suficiente como para considerar que España ha pagado sus pecados de juventud y su rebeldía republicana, tanto en sangre como en memoria. Es posible que el cabreo sea el estado natural del español medio, un defecto de serie, mezcla de inconformismo y de dormir poco, pero hoy nadie en su sano juicio saldría a la calle a pegar escopetazos.Si nos juran que después de pasado este Año de la Memoria Histórica no habrá más excavaciones en las tapias de los cementerios, y que nos dedicaremos a honrar el pasado pero mucho más a trabajar por el futuro, sería para no creerlo. Si fuera necesaria una catarsis colectiva para superar el trago, hágase un gran careo patriótico (ofendidos con ofensores, el último garrotazo goyesco de las dos Españas). Que el Gobierno convoque un Día de Llanto Nacional y que presente la gala Ana Obregón, pero a partir del 1 de enero de 2007 aquí nadie vuelve a arrojarse la guerra como agua hirviendo.
Una izquierda fuera de eje, sacada de su lugar habitual, se apoya en la reivindicación constante de la Guerra Civil, y eso le lastra. La izquierda es utopía en tránsito permanente. Enfrente, una derecha acomplejada que tiene que pedir disculpas por algo en lo que no participó, como si Queipo de Llano hubiera sido concejal del PP en el Ayuntamiento de Sevilla.
Setenta años y un día después, la II República española tan muerta está como el franquismo, y lo que toca ahora es plantear el siglo XXI, que es el vértigo de la modernidad. A estas alturas todavía no se ha resuelto el asesinato del general Prim, y tampoco queda clara la represión de Fernando VII, ni se han evaluado los daños morales de la expulsión de los moriscos por parte de Felipe III, en 1609. No sería de recibo que un nieto de Boabdill exigiera las llaves de La Alhambra al alcalde de Granada. Memoria sí, siempre. Homenaje, de manera continuada. Pero dejemos los huesos en paz.
El dolor no tiene medida, ni la barbarie, ni la injusticia; podemos estar haciendo actos de desagravio de aquí al día del Juicio sin que solucionemos nada. La memoria arrojadiza no es sana.Se preguntaba Bono, convertido en obispo civil de la conciencia nacional: «¿Dónde estaba Dios el 18 de julio?». Se le puede responder con un refrán del castellano antiguo: vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, porque Dios va con los malos cuando son más que los buenos. Acabemos con este conflicto entre hombres para luego cuestionar a Dios al que tendríamos que preguntarle por varios asuntos turbios. Según Woody Allen: «Habría que hacerle un juicio a Dios por lo mal que ha hecho su trabajo». Eso será cuando hayamos dejado de pelearnos entre nosotros.
«La guerra ha terminado» dijo la radio el 1 de abril de 1939; pero tengamos en cuenta que era muy temprano y a esas horas, según dónde, se oyen unas cosas muy raras.
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