Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Entre la visión apocalíptica de Borrell de una España franquista de obispos con el brazo en alto y el desprecio de Moraleda a los símbolos católicos hay una distancia considerable. Cierto que hubo obispos entusiastas con el régimen, pero también curas obreros comprometidos con los pobres, y ambos rezaban el mismo credo.
Zapatero hace bien en no ir a la misa del Papa, tampoco Benedicto XVI irá a sus mítines. Pero el trato exquisito que manejaron en el encuentro oficial lo estropeó Fernando Moraleda al describir un rosario como «un collar de perlas con una cruz», eso es comparar al agua bendita con Solán de Cabras. Es posible que al secretario de Estado de Comunicación le haya traicionado el monaguillo respondón que lleva dentro y por quedar de laico atroz, quedó de solomillo bautizado, de chisgarabís y de piquito de oro. Ya puestos, podía haber completado el exabrupto con el viejo chiste de: «¿quién es ése de blanco que está junto a Zapatero?». Las orejas de Navarro Vals echan humo ante una metedura de pata que forma parte de la historia de la chuminada política que ocupa kilómetros de estanterías en las galerías del prudente olvido. A un hombre de Estado se le exige algo más que culturilla de rastro ibicenco, un poco de respeto por las tradiciones o en su defecto rudimentos de historia sagrada. O respetuoso silencio.
Contagiado por la exposición prolongada a las tácticas del Mundial, Moraleda llevaba días practicando el achicamiento de espacios. Cosa suya es que Paloma Gómez Borrero estuviera excluida del grupo de periodistas que iban a presenciar la misa en directo y la envió a seguirla por un monitor como si fuera Andrés Montes en su estrecho cubículo. Paloma es a los viajes del Papa lo que la zarza flamígera al Antiguo Testamento: una referencia señalada. No tuvo en cuenta que a Gómez Borrero no le hace falta acreditación para ser alguien entre la curia. Verla embutida en su cinquecento por las cercanías del Tíber es un espectáculo de neorrealismo católico, su coche es una pequeña embajada de España donde caben cuatro cardenales, un turista, un paquete de libros y un antiguo espía del KGB. Años después de haber dejado la corresponsalía de TVE (por desacierto de algún talentoso ignoto), Paloma sigue siendo la gran corresponsal en El Vaticano, la persona con la que todos los españoles se quieren fotografiar.
El chupinazo lo dio el concejal de Aralar Javier Eskubi (Scooby-Do) al rebajar a San Fermín a la categoría de Fermín, a secas. Todo muy progre pero en el fondo muy hortera, unas gracietas de chicos malotes. No tienen categoría de cisma porque no han estudiado en monasterio de Erfurt, como Lutero, pero dejan el mal sabor de un país que quiere ser laico pero al que le sale el ramalazo anticlerical. Lutero decía que él era el rudo taladro que abre caminos en el bosque, ellos un palillo en la boina. Otra dimensión ciertamente.
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