Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En materia deportiva, durante años que han parecido siglos, la fama nos perseguía pero los españoles fuimos más rápidos. El gafe histórico nos acompañaba de tal manera que la desgracia nos había hecho callo en la espalda, nos fuimos acostumbrando a sufrir salvo en algunos destellos que fueron brindis al sol, crónicas del Maracaná. Sin embargo desde Induráin hasta la fecha las mayores alegrías colectivas como nación nos las ha dado el deporte. Rafa Nadal, Fernando Alonso y la selección de fútbol han hecho más por la diplomacia española, en cuatro días, que cien mil millas del avión de Moratinos. No sería descabellado pensar que el Ministerio de Exteriores pasara a ser una dirección general de la secretaría de Estado para el Deporte, menos diplomáticos y más deportistas. A Lissavetzky le correspondería la tarea de buscarnos una letra que encaje en el himno para que el personal pueda hacer karaoke en los estadios; si llegáramos a la final no resultaría serio Plácido Domingo runruneando la melodía entre dientes.
El llamado milagro español no es tanto el crecimiento económico como que una multitud con la cara pintada de rojo y amarillo pueda entusiasmarse junta, sin avergonzarse por ello; eso es tanto como afirmar que mientras Fernando Torres tenga piernas elásticas, España no se rompe. Gracias al deporte uno se puede entusiasmar como simple aficionado o como un príncipe con la chaqueta colgada en la barandilla de la tribuna; el vaso de plástico con cerveza a don Felipe le daba más aspecto de hincha que de autoridad, pero en cuestión de pasiones no hay rangos.
Un señor del barrio de Hortaleza y que no domina idiomas más bien es seco y muy suyo, Luís Aragonés, ha conseguido la unidad de la nación durante noventa minutos y quién sabe por cuántos días más. La moral es tan alta que pensamos llegar a Berlín esta vez antes de que lo hagan las tropas rusas, lo ha dicho el comandante Zapatero. Ayer se vieron numerosas banderas españolas, por lo tanto el deseo existía sólo hacía falta una ocasión para manifestarlo en público. El Gobierno debería aprovechar esta buena racha en materia deportiva para trazar el nuevo mapa del sentimiento español, aquí me gustaría ver a Tayllerand. Resulta insólito que un país encuentre su gran señal de identidad en el deporte, es posible que seamos un equipo más que una nación, los brasileños de Europa. No es nada científico pero por algo se empieza.
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