Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Le cojo prestado parte del título a Fernando Díaz-Plaja que desde su marcha a Argentina nos ha dejado huérfanos de su sociología de lo cotidiano, siempre visto desde el ángulo de un caballero de derechas con aspecto de primo de David Niven y lector de Manuel Machado. En la larga agonía de Rocío Jurado hemos vuelto a comprobar que somos un país de lutos y de penas, (la alegría se nos da tan mal como el pensamiento), todavía estaba la cantante luchando con la vida cuando unos cuervos de alas rosas indicaban cómo iba a ser el sepelio. Y como todo es contagioso, (salvo la belleza y la inteligencia), a la cantante le dieron entierro televisivo, ¿de dónde sino sale esa costumbre tan espantosa como es aplaudir a los muertos?, y menos dentro de una Iglesia. A Lady Di le lloraron en fila pero sin alharacas.
Nuestros lutos han sido siempre desmesurados cuando se ha tratado de cantantes y de toreros, (de los políticos nos hemos apiadado menos. Y los reyes últimamente se nos morían en el exilio que era su destino natural), pero hasta el momento eran elegantes silencios donde primaba lo solemne por encima del espectáculo. Hay que salvar a la familia Jurado de este horror en forma de catarsis colectiva porque cada uno tiene el derecho de honrar a sus muertos como mejor estime, no así a los maricuelas, criticardos, cuentarosas y metemoentodo, asociados y coprotagonistas de la noticia que no pueden resistir la tentación de comentar cuánto conocieron a la difunta.
Desde el punto de vista del espectáculo a Rocío le va a pasar como a Elvis o a Carlos Gardel? de los que dicen que cada día cantan mejor, porque calidad y presencia no le faltaron nunca. La latitud y el sentimiento le llevaron a cantar canción española, que es un género con mala prensa pero buenas ventas; de haber nacido en Milán habría cantado Ópera porque voz le sobraba para ser donante universal de tonos altos.
Un efecto secundario de la bata de cola es arrastrar detrás a la parentela holgazana que desluce a la artista, pero eso es inevitable. Hasta es posible que esa parentela crezca a costa del recuerdo de la Jurado y se forren contando aquello que ya nadie puede desmentir. Por lo tanto será verdad que alguien no ha muerto mientras haya otra persona que la vilipendie. Para que dejen en paz a Rocío tenía que haberse ido con Elías en el carro de fuego y no dejar rastro en este mundo. Ahora su tumba blanca en Chipiona se convertirá en lugar de peregrinación masiva. Que el gobierno destine a un destacamento de picoletos a evitar que le interrumpan el descanso eterno, (y que se cuiden de que en el grupo de vaya Antonio David).
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion