Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
No creer en una ley sobre los grandes simios no supone desasistir a los animales sino amparar a los hombres de su propia memez. Hasta el momento, no se han dado grandes rebeliones en la selva pidiendo que una comisión parlamentaria equipare a los gorilas con ejecutivos de Manhattan; y en cambio sí podemos comprobar a diario que miles de seres humanos necesitan que se cumpla la igualdad y la justicia distributiva para, sencillamente, comer.
Si los monos supieran en qué condiciones de abandono legal vive buena parte del planeta, (a pesar de haber suscrito todos los Estados la Declaración Universal de Derechos Humanos), pensarían que tampoco está tan mal lo suyo. Si supieran cómo el hombre se porta con sus semejantes pedirían, no una ley, sino tramitar una querella criminal contra Darwin por haber situado al ser humano como el mamífero superior más desarrollado.
Entre las prioridades de Dian Fossey nunca estuvo pedir a Naciones Unidas que legislara a favor de los «grandes mansos», como llamaba a sus gorilas de las montañas africanas. La primatóloga se hubiera conformado con que las personas fueran respetuosas con la ley, con su entorno natural y no cazaran animales protegidos de manera furtiva para luego exponerlos en pabellones de caza de presuntos implicados en la trama de Marbella. Doble crimen: a la naturaleza y al buen gusto.
Una ley de simios serviría para que un juez con ansia de fama iniciara un proceso para que el zoo indemnice a las primas de la mona Chita por los años pasados en los guantánamos de animales vivos donde se exponen a la curiosidad de los niños y al rechazo moral de las abuelas cuando deciden formar un trío sexual en un columpio. Bien pensado es mucho mejor ser mono que persona, al menos ellos no tienen que ponerse corbata y estar sometidos a la conciencia de culpa que inoculan las religiones. Si es cierto que el hombre es el único mono triste porque sabe que va a morir, hay que reconocer que los simios sin problemas con la fe son los mamíferos más desarrollados en cuanto al pensamiento práctico.Unos animales que respetan el clan y a los que no les hace falta consumir para ser felices, ni pelearse en guerras, son unos tipos muy a tener en cuenta.
Además, como nos dejó enseñado Pierre Boulle en El planeta de los simios, el mono nunca legislaría pensando en los hombres.Muy al contrario los meterían en una jaula por haber sido tan bobos como para destruir a los de misma especie. Pero hasta que veamos cumplida la imagen de la película en la que los simios encuentran a la estatua de la Libertad semienterrada en una playa, nos queda la opción de ser mejores personas.
El futuro ideal sería una sociedad con menos leyes pero con más compromiso donde los hombres tuvieran instrucción y conciencia, y por supuesto mantuvieran respeto por los animales. Eso no lo dijo un diputado socialista sino San Francisco de Asís.
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