Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Una delegación del Festival de Cine de Peñíscola ha viajado a Estados Unidos para premiar a la mona Chita por toda una trayectoria dedicada al cine de los efectos emocionales. El premio lo es también a una generación que se formó comiendo pipas en los cines de barrio de sesión doble que luego se reconvirtieron en salas X de pajilleros compulsivos y, finalmente, hoy son supermercados o gimnasios para el metrosexual urbanita. Dice el director del Festival, Antonio Trashorras, que es el único premio que recibe la mona en toda su vida. Sorprende comprobar que nunca nadie antes hubiera reconocido la aportación de Chita, (que en realidad es un mono de 74 años que vive gracias a una dieta rica en fibra y en cacahuetes). El galardón es también por haber soportado las gracias de Tarzán en 12 películas y vivir sin rencor al pasado; está claro que a los monos no se les sube la fama a la cabeza puesto que ellos trepan mucho más alto.
Konrad Lorenz, el premio Nobel que era una eminencia en el comportamiento animal, habría dicho que los actores imitaban al mono. La gracia de Tarzán estaba en las monadas de Chita y en el grito asilvestrado de Weismuller; ella era todo cine y tanto el del tanga de pantera como su pareja de liana, Jane, meros secundarios. Chita rompe la máxima que se le atribuye a Hithcock: «nunca trabajes con niños, ni con animales, ni con Charles Laughton». Chita sabía la cara que había que poner para que los niños se partieran de risa y hasta era capaz de darle chupadas a un cigarro de abajo hacia arriba, tal y como sólo lo saben hacer ella y Santiago Carrillo. Pero eso pasó hace mucho tiempo, cuando la clandestinidad obligaba a trasnochar a los censores que pasaron por alto una posible relación zoofílica entre ella y el rey de la selva, cuestión que nunca sabremos porque Chita nunca irá a Salsa Rosa a contar lo suyo en aquellos días de ancawa y leones hambrientos.
Su mérito es mayor si tenemos en cuenta que Weismuller, doble campeón olímpico en estilo libre, se ahogó en un ancho de bloody marie en una playa de Acapulco donde fue a morir como las ballenas bravas. Sus últimos días fueron amargos desencuentros con los compañeros de asilo a los que molestaba en las partidas de julepe y también incordiaba a las enfermeras con un remedo del grito que nunca fue suyo del todo, en realidad se trataba de un proceso electrónico de laboratorio. Le hicieron un grito como para cantar goles en la selva. Por su parte, Jane huyó del cine para ser una dama respetable más en su comunidad de vecinos, y al león se le cayeron el pelo y los dientes. Hasta es posible que la vieja selva del blanco y negro haya sido recalificada por algún gerente sin escrúpulos.
De ahí el mérito de un mono llamado Chita que esta semana cumplió 74 años y que no espera de la fama nada más que le traigan plátanos y no le hagan preguntas. Por eso es un animal extraordinario y único.
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