La fe de Banderas

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

He visto a Antonio Banderas con una “faraona”, (paño de penitente que deja los ojos al aire), cruzar las calles de Málaga delante de uno de los tronos se la cofradía de Fusionadas de la que es hermano desde pequeño. Resulta loable que Banderas, a pesar de la fama, no renuncie a su condición de malagueño y ejerza en su tierra de aquello que más le gusta. También he asistido a la “brasa” que le da la gente por la calle y que le impide desenvolverse como un cofrade más. El espectáculo de adivinar quién es Antonio Banderas entre las túnicas que caminan delante de la Virgen es una parte más del oficio de mitómano, al paso por la calle Larios señalan a la ventana en la que está Melanie con la hija de ambos. Mayor mérito tiene la actriz que sin ser de la tierra aguanta de manera afable los saludos de los petardos que se agolpan en la semana santa. Me refiero a los que miran con gemelos el escote de la actriz antes que fijarse en cómo se desenvuelve la cofradía y de qué manera es llevado un trono.

Banderas es un tipo especial al que no se le ha subido la fama, pero que sufre sus consecuencias, de seguir el acoso igual este ha sido el último año en el que ha hecho estación de penitencia. El personal debería pensar si le parece de recibo llamar al actor a voces, ponerle un micrófono delante o incluso atreverse a mandar al niño para que le pida un autógrafo.

La cacería del mito debería tener sus límites dentro de la más elemental de las prudencias, más que nada para no reventar la paciencia de ilustres personajes que no renuncian a sus aficiones.
Ni tapado, ni escondido, ni mezclado entre túnicas iguales dejan a Banderas disfrutar de la semana santa. Así de pesado resulta ser una leyenda.

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