Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Si no fuera porque el tal Otegi es, según confesión de su entorno, «elemento indispensable en el proceso de paz», si no fuera porque se considera protagonista indiscutible de la actualidad y del futuro de Euskadi, tendríamos razones suficientes para pensar que es un macarra, un guindilla, un broncas y un señorito de caserío. Y tal vez un chulangano, un perdonavidas, un risitas, un bobo a las tres y un fantasma. Pero nada de eso lo podemos pensar porque el tal Otegi es el campeón del regate en corto en la Audiencia Nacional, usa la técnica de los recortadores de toros bravos; alza la voz, llama al peligro y cuando la Justicia se arranca da un brinco y se coloca en lugar fuera de peligro. Sin despeinarse como Pipi en un programa rosa. Reconoce haber estado en el homenaje a Benarán Argala, pero nunca para enaltecer al terrorismo; supongo que la siguiente será que el domingo se manifestó contra la prohibición de manifestarse pero sólo a titulo de observador, porque en realidad Otegi es uno que se le parece bastante pero con el que coincide en raras ocasiones. Es lo malo de parecerse a Otegi sin querer reconocerlo.
Si no fuera porque es un elemento del final de violencia, (dime de qué presumes y te diré de qué batasuneas), sería para recordarle que si la Justicia aplicara el carné de identidad por puntos, tal y como va a hacer Tráfico, haría tiempo que se habría quedado sin el DNI por actitudes temerarias como saltarse la línea doble de la Constitución, los ceda el paso de la legalidad, el límite de la prudencia y las señales de los agentes. Nadie como él para acumular citas judiciales; tiene por delante tres procesos abiertos en la Audiencia Nacional por enaltecimiento del terrorismo y como inductor de 108 actos violentos, además de la condena por insultos al Rey y dos fianzas millonarias pagadas en breve espacio de tiempo. De manera asombrosa maneja más liquidez que un procesado en la operación Mulaya, uno de esos que duermen el colchón de látex relleno de billetes de 500.
La foto de la comparecencia en la Audiencia Nacional, con las dos manos en la cabeza y echado para atrás, es la del niño maldeducado en bicicleta que sabe que antes de final de curso papá vendrá a rescatarle del internado y se hará cargo de todos los gastos. En realidad anda sobrado, sólo le falta decir al juez que si se pone muy farruco saca del bolsillo el teléfono de Rubaicaba y se lo cuenta. «¡A Rubaicaba que vas!», puede soltar en cualquier momento.
No es Sharon Stone pero también tiene loco al fiscal con el cruce de piernas. Y de esa forma tan pintoresca pasa sus días entre citaciones y visitas a Soto del Real, con el mismo jersey negro y el gesto retador. Sabe que le tienen que hacer la rosca, porque sí se enfada recoge el balón y los demás se quedan sin jugar. Si no fuera por eso, sería para decirle cuatro cosas; la fianza es la base de su confianza.
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