Los campos de Pelennor

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A John Ronald Reuel Tolkien le hirieron en la batalla de Somme durante la I Guerra Mundial. Dicen las crónicas que fue más sangrienta que Verdún y para el historiador británico J. Edmonds es la clave de la victoria aliada en el frente occidental. Una granada mandó al escritor de vuelta a Inglaterra con una herida que le dejaba no apto para el combate, pero útil para la ficción. Como fusilero de Lancashire aprendió cómo se mueven las tropas en lo que se llamó la tumba de barro del ejército alemán. Tolkien tomó apuntes al natural, pincel empapado en sangre de lo que sería su trilogía El Señor de los Anillos, (las escenas fuertes de los Campos de Pelennor tienen en Francia una clara fuente de inspiración).Tolkien era capaz de inventar personajes extraordinarios y luego mezclarlos con la carne de cañón que se movía por las páginas interiores. Hoy sabemos que el escritor británico era en realidad un experto en OPAS y un adelantado de las grandes estrategias empresariales europeas. El tenebroso Bosque de Fangorn comparado con la batalla de las eléctricas es un tranquilo parque infantil a la hora de la merienda.
Unos galopan sin cabeza, otros van subidos a enormes pájaros que emiten espantosos graznidos, a algunos les tiemblan las piernas en la formación de la centuria mientras miran el brillo de sus tridentes de hierro forjado. Tal y como hubiera soñado Tolkien hay caballeros blancos, caballeros negros y, por supuesto, el grueso de infantería compuesto por orcos, uruk-hai y espectros, todos ellos bebedores de sangre y carroñeros, (unas gentes de modales espantosos y que serían capaces de eructar en una cena oficial sin detenerse en buscar una excusa). En la OPA por excelencia los personajes cambian de bando como nubes empujadas por el viento, incluso puede haber magos como Saruman que obedeciendo las normas de Sauron se pasen al lado de las fuerzas del mal. El juego de los espejos Tolkien lo completó con los hobbits, individuos de orejas puntiagudas que hablan una lengua propia y rara vez salen de su comarca (como Frodo, el portador del anillo de las disputas).

Para mayor tranquilidad de la economía española urge que Pedro Solbes se descalce y nos enseñe el dedo gordo, en función del tamaño sabremos en qué bando se sitúa, y también que Maragall enseñe las orejas. Iniciativas que calmarían la inquietud en ese espacio natural que Tolkien definió como la Tierra Media, y bastarían para saber quiénes se emboscan en Minas Tirith, la ciudad con siete muros de piedra, capital de Gondor, donde los hombres se unen frente a la amenaza de Sauron. En mitad de semejante guirigay aparece un caballero blanco y las fuerzas se dispersan, por el rumor que viene de la fortaleza de Rohan es posible que la batalla no haya hecho más que comenzar. Señales del cielo se proyectan en la campiña de Pelennor, todavía nos quedan muchas páginas por leer.

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