Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
A la prudente distancia que dan los kilómetros la decisión del alcalde de cambiar de nombre a una calle, como venganza política, no deja de ser un episodio de ?La escopeta nacional? dirigida por Berlanga. Si los alcaldes tuvieran la idea de pelearse con los callejeros en la mano, en España no habría una dirección postal que aguantara quince días. Las cosas de los hombres no son sagradas y por lo tanto están sujetas a las mismas trasformaciones que ellos, pero quitar una placa por un cabreo es matar moscas a cañonazos, o lo que es lo mismo: tener un cantante de ópera en la puerta de casa en vez de un timbre.
Ya puestos a mostrar la indignación el alcalde Lanzarote podía haber cambiado el nombre a muchas calles más, incluso hacer mofa de las avenidas, plazas y callejones donde viven los desafectos a su causa. No hay nada que no se puede empeorar con la ayuda de un buen ideólogo y un bote de pintura, así hasta convertir el disparate en motivo electoral. La oposición promete que cuando retome el poder (allá cuando el ciudadano lo decida con su voto), cambiará Expolio por Gibraltar, sin darse cuenta de que en la historia de España son también dos términos muy unidos aunque no por un asunto de papeles. Si nadie lo remedia el oficio del futuro es ponedor de carteles urbanos, unos tipos capaces de hacer una placa en menos que se abre una página web. A esa creatividad se le puede echar un poco de imaginación y quedarán unos rótulos que seremos la envida del mundo entero.
En breve conoceremos en qué ciudades de España y en qué barrios exactos se sitúan las calles del Marrón, de la Venganza, del Te pillé, del Viva lo mío, y las avenidas de Mariano eres el más grande, Zapatero campeón, junto a las plazas de Vótame chato, Anda como te pones y ¡Arsa mi mare! Nombres que recordarán las viejas viseras de los camiones cuando las carreteras españolas estaban menos transitadas aunque igual de peligrosas.
Gibraltar no ha dejado de ser una referencia para los españoles con independencia de su ideología, la pequeña roca gaditana es la última colonia de Europa en Europa, algo disparatado por lo insólito. Todo gobernante ha intentado solucionar el problema aunque por el momento sólo han conseguido que nos inviten a cantidades ingentes de té, bebida diurética que alivia el riñón pero no mejora la diplomacia. A veces es peligroso confundir los deseos personales con la realidad social, por el momento el pueblo soberano guarda un silencio atronador, pero no crea la autoridad que se debe a la falta de criterio sino más bien a un deseo de no sumarse a la conspiración de los carteles.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion