Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estimado José Blanco: ¿le echa humo esta mañana el radiador?, ¿cómo lleva el calentón?, su incursión en la vida política madrileña no ha podido ser más abrupta, le ha faltado decir que el acalde huele mal y pone los pies encima de la mesa (y que se lo piensa decir a la señorita cuando vuelva). Recapitulemos: eso le pasa por hablar el último; si para Jiménez, Gallardón es desleal, para Simancas, pseudoprogresista, usted que le tocaba al final tuvo que puntuar en el concurso de epítetos: el alcalde de la porra, dijo, (le hubiera quedado mejor el de la cachiporra en homenaje a los títeres del Retiro). Añadiendo luego que es un troncolari de la M-30, un zapador de vía estrecha, un tigre con piel de cordero y que a partir de ahora se busque a otro para seguir jugando al Monopoly porque ustedes se han enfadado mucho y se vuelven a casa con el tablero que para eso es suyo. Ya puestos le podía haber acusado de la muerte de Manolete. Sólo le faltó marcarse un taconeo a lo María Jiménez mientras se desgarraba la camisa ante el respetable presente en la rueda de prensa.
Matar moscas a cañonazos no parece lo más sensato en política, sinceramente. En primero de la Escuela de Arte Dramático le hubieran llamado la atención por sobreactuar, y en el Conservatorio de Opera le habrían mandado afinar de nuevo el instrumento porque las notas desentonaban de forma inmisericorde. Tanto por la forma, el fondo y el tono, el mensaje le quedó de secundario de verbena de los que dicen: «agarrarme que me pierdo» y le recuerdan «¡ay, Julián que tiés madre!». O como el personaje macarrilla de Tony Leblanc en El Tigre de Chamberí, momento glorioso de nuestro cine de los cincuenta. Ahora en moderno le dirían que se ha rallado.
Se acabó la luna de miel con Gallardón, a partir de ahora cada uno por su acera y ni siquiera unidos por la paz olímpica. Los hechos de Virgen del Puerto son igual de graves, e incómodos, hoy que cuando consintieron en participar con el equipo de gobierno municipal en los actos en memoria de Tierno Galván. Y al ciudadano le gusta que sus representantes políticos discrepen, confronten, analicen, pero sin faltarse al respeto ni salirse del cuadro. Además, un enfado en política es un ridículo doble: cuando te apartas y cuando regresas con carita de ángel. Simancas y Jiménez se las apañaban bastante bien hasta que usted hizo acto de presencia airada. Piense que el camino hasta las municipales es muy largo y recorrerlo a gorrazos muy cansino.
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