El hombre templado

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Según la crónica oficial hasta cinco horas anduvo perdido en el río el joven despelotado al que se acusan de mostrar su aparato genital en público. Al margen del proceso que ya se ha iniciado a este tipo hay que reconocerle como el hombre templado, a nadie en su sano juicio se le ocurre enseñar sus zonas nobles con esta temperatura pelotera. Se le podía haber congelado el músculo vital y quién sabe si ya tiene lesiones irreversibles de por vida, fallos técnicos en el sistema de elevación y mantenimiento del entusiasmo erótico que provocan una pérdida de calidad en las relaciones personales. Para colmo ha sido capaz de soportar la inmersión en las heladas aguas del Tormes con la discreción de un submarino que navega en silencio, teniendo además el periscopio helado y la popa con varias y preocupantes vías de agua que le podían haber llevado a pique. Tan hábil estuvo en su silencio que más parecía un experto en yoga y meditación: ni un estornudo, ni una lamentación, ni un ¡ay! Ya me gustaría ver a un comando de elite en la misma postura y siendo perseguido por las Fuerzas del Orden, bomberos, curiosos y voluntarios. Ni Rambo sería capaz de aguantar una prueba tan dura.
Todavía no ha llegado la gripe del pollo pero hay que reconocer que estamos muy afectados, igual va a ser cosa del Protocolo de Kioto o de la exposición continua a programas del corazón? el personal hace cosas que no resultan normales ni para una película de Tarantino. Incluso es posible que este tipo haya disfrutado más sintiéndose el centro de la persecución que haciendo de sátiro por las aceras, cuanto más personaje mayor satisfacción, convertirse en letra de Sabina tiene su esfuerzo. Estar como una cabra no se contempla como tipo penal pero debería tenerse en cuenta porque afecta al comportamiento de las personas y repercute en los cuerpos. Sólo faltaría que el juez para reconstruir los hechos le hiciera volver al lugar del delito y vestido de forma tan procaz como fue descubierto. Es de esperar que su señoría tenga la buena intención de hacerlo cuando el mercurio sea más benévolo, allá por el mes de mayo, reconstruir los hechos esta semana sería peor que dejarlo en manos de la justicia de Schwarzenegger.

La pena en estos casos no suele ser proporcional al estropicio, se debería tener en cuenta que cinco horas en el Tormes helado es como diez años del Conde de Montecristo, dicho sea sin ánimo de tomar partido por el sátiro de la cuesta de enero que buscó refugio bajo el Puente Romano y Roma le cobijó hasta donde pudo. Roma, ya saben, no responde de traidores ni de malandrines cojuelos con mirada atravesada y piernas peludas.

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