Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
De las pequeñas anécdotas se sacan grandes enseñanzas. Mi amiga Bárbara, de natural despistada y de oficio periodista, tuvo la mala suerte de poner su dedo justo donde la puerta del metro se cierra. Y, como los metales no saben de sentimientos ni de penas, la puerta fue cruel. Yo diría algo más: fue terrible con ella que a fin de cuentas no entraba en sus planes machacarse una falange sin anestesia. Créanme que tenía otras cosas más interesantes que hacer.
Como toda defensa ante la agresión del gran trasto de hierro con ruedas, Bárbara se desmayó (la naturaleza es sabia), y así dejó de recibir señales de dolor, y desconectó de los gritos de la gente, las voces que le daban al responsable del convoy, las llamadas a seguridad, las carreras, los comentarios de los curiosos, el coro de gallinas agudas que se producen siempre que ocurre algo.
Durante el largo proceso de la agonía de su dedo, Bárbara estuvo ausente. Eso que salió ganando. Luego llegó el SAMUR que la sacó a la calle con un brazo en cabestrillo, “coja” de una mano, homenaje cervantino doloroso e inevitable.
Por supuesto que ha reclamado pero no crean que le han aceptado la queja con gran entusiasmo. En todo caso no de manera proporcional: tanto dolor debería tener una explicación más cariñosa que una carta con letras de molde. ¡A fin de cuentas Bárbara pagó con sangre una anomalía del metro madrileño!, ¿Si caben los dedos entre las puertas y el chasis del vagón, por qué no lo avisan?, ¿Dónde están los carteles que previenen de esos accidentes?
Hoy, todavía con el brazo en cabestrillo se pregunta si todo fue producto de la mala suerte o de su natural despiste existencial.
Llegó a la redacción con las gafas manchadas, pidió que se las limpiaran (ella no podía) porque estaban llenas de lágrimas secas.
Historias del metro madrileño que pasa por ser kilométrico y bien equipado pero con responsables insensibles ante el dolor de una joven periodista a la que el billete le costó sangre, “estupor” y lágrimas.
P.D.- El dedo va bien, gracias.
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Etiquetas: madridiario.es, opinion