Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Con 77 años y 30.000 cadáveres a sus espaldas, uno de los ‘profesionales’ más veteranos del mayor cementerio de España reflexiona sobre la vida y la muerte, su trabajo y su cruda idea de la eternidad
De haberle conocido Sergio Leone, seguro que le habría ofrecido un buen contrato para algún spaghetti-western: alto, delgado, fuerte, serio y formal. Manos rudas por las que han pasado kilómetros de soga para descender ataúdes. Quizá por eso le gustan las películas de John Wayne y las echa de menos, «ahora lo que ponen en Cine de Barrio da pena verlo». En cambio no le atrae aparecer en los medios, «no, porque una vez estaba en un restaurante de la carretera de Vicálvaro y uno se acercó a la mesa y me dijo: yo te conozco, ¡tú eres el que ha enterrado a Carrero Blanco!, te he visto en la televisión. Y era verdad».
Higinio Ballesteros Hernández tiene 77 años y toda una vida dedicada a la muerte (macabra contradicción). De niño vio el entierro de Calvo Sotelo, en julio del 36, y luego se escondió de las bombas que cayeron en la Guerra en las oficinas modernistas del cementerio de la Almudena. Con 19 años comenzó a trabajar en la limpieza, le llevó su padre que era jardinero en el campo santo, luego fue ebanista, ayudante de marmolista, ayudante de herrero, enterrador y así hasta llegar a jefe de las cuadrillas de enterradores. «En los buenos tiempos, hacíamos hasta 70 enterramientos en un día. Ahora, las cremaciones son la competencia». Las puertas del cementerio de la Almudena las han cruzado desde su puesta en marcha (el 13 de septiembre de 1884) más de un millón de cadáveres, Higinio ha dado sepultura a 30.000, «del primero no me acuerdo del nombre pero sí que está en el cuartel 122». Durante la conversación repite no menos de cuatro veces las condiciones laborales tan duras, «a veces tenías que cavar una fosa en una hora, siempre con la pala. Y había que mover cinco metros cúbicos de tierra, a brazo, sin máquina alguna (hoy lo siguen haciendo igual)».«Lo más triste, para mí, ha sido enterrar a niños pequeños, de dos a cinco años de edad. He procurado siempre ser profesional y no mostrar mis sentimientos pero en esas ocasiones se me caían las lágrimas».
«La otra vida no existe»
Se jubiló hace 12 años pero todavía es una personalidad entre los trabajadores del cementerio, que le saludan con respeto.De sus recuerdos de oficio saca como consecuencia un descreimiento absoluto, «la otra vida no existe, el cielo tampoco, sólo la muerte. Y los curas mienten». Esa afirmación la tiene clara desde que escuchó cómo una mujer le preguntaba a un sacerdote: «¿Mi hijo estará en el cielo, verdad?», el cura afirmó con la cabeza pero luego le dijo a otro cura que estaba al lado: «Éstos se creen todo lo que les cuentan». Admite que igual hay curas que sí creen en el cielo, pero él no los conoce, «total, ni soy amigo de los curas ni de creer». Es una lástima que después de tantos años como compañeros de oficio no hayan entablado una amistad, a fin de cuentas han trabajado juntos, «pero nosotros éramos invisibles, la gente nunca se fija en la cara de un enterrador.Sólo a veces nos daban alguna propina». Higinio, como un buen hijo, lleva flores a la tumba de sus padres: «Como no les puedo llevar un cacho de jamón, claro que si mi padre resucitara cuando me acerco con los claveles me daba de hostias hasta el final porque eso es tirar el dinero». Su base de datos personal le dice que se visitan mucho menos los cementerios, «el día de difuntos apenas viene personal comparado como era hace años cuando no se cabía por las puertas. Lo que no puedo soportar son las flores de plástico, ¡esas flores son una verbena!». Tampoco es mejor su concepto sobre la fiesta de Halloween, «una gilipollez para hacer negocio, nada más». Lo dice quién tiene respeto por la muerte pero miedo ninguno, «es normal que se caiga una rama, o escuchar un ruido, te acostumbras. Tenga en cuenta que he enterrado con lluvia, con rachas fuertes de viento, nevando, entre dos luces, ¡claro que una tormenta en el cementerio acojona!, ¡anda que no!» «Lo de los enterrados vivos es mentira, nunca he visto uno. Al revés, los que pude ver estaban todos listos pero bien listos».
Su idea de la eternidad es francamente cruda: «Somos una porquería completa: la muerte nos reduce a desfiguraciones, olores, descomposición.En un nicho, en cinco años te has consumido completamente. En cambio, en la tierra te conservas mejor porque hay humedad. De los nichos he visto salir a gente que eran como cartón piedra, los tirabas al suelo y rebotaban. Esos no huelen a nada, ¡qué va!» Recuerda los olores de los traslados, que eran muy fuertes, tanto que le cerraban el estómago, «otra cosa es perder el apetito, eso nunca. Cuando tocaba el hambre sacaba el bocadillo y me lo comía donde podía. Y si había sueño, una siesta en cualquier parte, cuando estás cansado se duerme en el cementerio igual que en casa». Tiene pensando que, cuando llegue el último paseo, le lleven al crematorio para luego arrojar las cenizas al mar, «es que llevo yendo 30 años en vacaciones a Almería, entre Adra y El Ejido, me gusta la zona. Mis sobrinos lo saben, como también que no le dejo herencia porque no tengo nada, ni piso en propiedad.Yo siempre he vivido sin preocupaciones de ninguna especie».Nunca se casó pero se le dieron bien las mujeres, salvo aquellas que salían despavoridas cuando les contaba cuál era su oficio.«Los vivos somos muertos de permiso y el recreo es cuando nos dejan andar por esta vida un ratito, de eso estoy convencido.Para mí no hay otra vida después de ésta. Al juicio final no voy a llegar, me bajo una estación antes».
No conoce a León Felipe pero está de acuerdo con la frase del poeta «cualquiera sirve para enterrar menos un enterrador», puntualiza: «¡Es que hay tantos poetas locos que es posible tenga razón!» Al final del reportaje esboza una tímida sonrisa, su cuerpo alto y enjuto (como si hubiera pertenecido a la cuadrilla de Manolete) esconde una cálida bonhomía. Es la sonrisa tímida de aquel que está acostumbrado a no mostrar sentimientos cuando está de servicio.
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Etiquetas: el mundo, entrevista