Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cuando vi las imágenes del gigoló de la temporada llegando a Barajas, y Pepe Oneto llevándole las maletas en un carrito, comprendí: ?este tío es grande?. Lo de este verano con MEMI, lo de sus escapadas acuáticas, lo del ancla del barco, lo de Marruecos, Florencia y resto de lugares ocultos no son nada comparados con ganarse la amistad de Oneto. Ahí demuestra que es un tío listo.
Gonzalo Miró está entre los españoles más envidiados, (contando al duque de Lugo que no se pierde una pasarela de la moda) y a los Albertos que no dejan corzo con cabeza. Aparece por méritos propios, con dos narices y un bigudí se ha instalado en la cima del poder, del placer, del mamoneo nacional y sus agradables consecuencias. No es rico ni de cuna elevada pero ha conseguido que el Palacio de Liria le abra las puertas y que la duquesa de Montoro se abra de en su sentido más lúbrico. Es un ?tres en uno?: limpia, fija y da esplendor a las damas ociosas de la alta sociedad. Un joven multiuso que lo mismo sirve para unas vacaciones tórridas que para un curso de cine en Manhattan.
Ha vuelto a reponer fuerzas, quince días sin ver a su chica eran demasiado para un cuerpo enamorado. Y de paso ha venido para alimentar las portadas de las revistas del corazón y los picos de las maripedorris y cuentabraguetas. Demuestra que sin ser jinete, conde, duque, o rancio abogado del Estado, es capaz de poner la pica en Flandes. Dicha sea la referencia geográfica en honor del duque de Alba.
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