Madrid de los acentos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Estimado vecino… que has llegado a Madrid desde cualquier rincón del mundo y que has hecho de esta ciudad tu nueva casa: con tu presencia, los barrios rejuvenecen y el padrón hincha la tripa como si estuviera preñado (en este caso de futuro). Tú y los tuyos sois los autores del dicho de moda: «todos los caminos conducen a Madrid», como la nueva Roma de la hispanidad en la que nos manejamos los hijos de Cervantes y algunos más. Ésta es una región hospitalaria que nunca ha preguntado por el origen de sus vecinos, ni ha sentido curiosidad por el acento. En Madrid, quien vive ya es de aquí. La normalidad es el primer síntoma de la libertad, luego, lo demás ya viene hecho.
Lo habitual de los madrileños es tener un origen lejano y una casa en algún pueblo pequeño. La única diferencia con vosotros, vecinos de nuevo cuño, es que esa casa de referencia está más allá de los Pirineos o del mar. Madrid se hace con las aportaciones de los que hemos llegado poco a poco, en silencio, y con una maleta de cartón atada con una cuerda, empujados por las ganas de prosperar y por los neones de la Gran Vía, que siempre han sido el faro de los que veníamos a probar fortuna. Aunque luego la realidad no sea tan idílica como lo que aparece en las películas, podemos estar de acuerdo en que Madrid es una región tranquila de enormes posibilidades (salvo que los prebostes terminen por ahorcarla con tanta carretera de circunvalación que, a su vez, sirve para atascar las viejas calles de siempre). A cada época le toca su migración. Así, hace 40 años llegamos los hijos del sur y hoy, es el tiempo de los ecuatorianos en mayor medida, pero también de argentinos, de los paraguayos o de los que vinieron del Este.

Emocionalmente, os habréis integrado cuando el Atlético, el Madrid o el Rayo os rompa el corazón, cuando comáis churros en San Ginés, pollo en Casa Mingo y probéis el caldo de Lardhy, que es a los madrileños lo que la pócima mágica para Astérix, (ese restaurante lo creó un francés hace 170 años). Ése es el lado idílico de vuestra nueva «nacionalidad». En la otra parte de la balanza se sitúa la brega diaria que también deja sinsabores. No hay nada como darse una vuelta con el coche para desear no haber venido nunca, pero lo cierto es que este Madrid que atrapa, al que juraríamos no volver ni en vacaciones, nos tiene cogidos por alguna parte. Y a partir de ahora, a vosotros también.

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