Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Madrid… Madrid, madre de todas las bodas: ciudad de los prodigios que hoy se levantan como si nunca hubiera pasado nada. Madrid se desmonta a sí misma y se recoge después de los grandes acontecimientos como si fuera una silla de tijera. Asombra la capacidad mágica de esta villa por reponer el pulso después de las tragedias, o a renglón seguido del cortejo de una boda real. Bendita ciudad con lluvia, o sin ella, que alberga a los pícaros del Siglo de Oro, a los buhoneros que fascinaron a Valle Inclán, a los elegantes que se meten la mano en el bolsillo «mejor que nadie», como decía Gómez de la Serna. Hoy, en los puestos de los mercados huele a lechuga fresca y a fruta recién cortada. Asombrosa recuperación la de esta ciudad que si ya es veterana, nunca llegará a la condición de vieja.
Asoma el lunes como una realidad inevitable del resto de nuestros días, como si Nacho Cano no hubiera compuesto nunca una sinfonía, como si Carolina de Mónaco no hubiera cruzado por el patio de nuestros recuerdos con figura exquisita, como si nunca hubieran mojado las nubes a una novia, como si nunca Gallardón hubiera alfombrado de claveles la Gran Vía. Tal cual se presenta el día en el que los peatones recuperan las calles una vez que se han ido las comitivas oficiales, que nos obligaron a recogernos como pájaros a los que la falta de luz les adelanta el atardecer.Repelús nos entró cuando vimos que se volvían a abrir las puertas de El Pardo (la memoria también tiene tatuajes indelebles). No se extrañe el forastero que nos visite de nuestros bostezos y estirones musculares, no es pereza, salimos de un fin de semana en el que nos han vigilado hasta los empastes de las muelas (qué peligrosa es la seguridad cuando se invoca el interés común del gran ojo selectivo).
Saber que un avión espía ya no nos controla cuando cruzamos a por el pan es un gran consuelo. La normalidad hoy es poder recuperar los atascos y meterse el dedo en la nariz sin que nos mire un centauro municipal motorizado. Disfrutar de las otras princesas civiles que taconean la mañana con la elegancia de sus cuerpos serranos que se ofrecen a mayo como rituales de fertilidad. Ya puede el oso mordisquear al madroño, el repartidor aparcar en doble fila, el ciego cantar sus cupones, la vida asomar por las bocas de metro que son el escote de la normalidad. En este Madrid que pintó Velázquez y al que pone letra a diario, Umbral, los hijos de los republicanos felicitan al hijo de un Rey. Un día más en la hoja del calendario.
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