Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Pau Gasol es el español nuevo que ha surgido de las alturas. Cada cierto tiempo se le toma el pulso a la sociedad de nuestro país para ver cómo anda y ahora se impone el estilo de este joven catalán más que alto, criado a la sombra de la democracia, alejado de prejuicios centralistas, ambicioso con motivo y líder en la cancha. Pau no conoció a Franco, ni los planes de desarrollo, nunca condujo un 600, no hizo la mili, no fue un flecha de campamento y no tiene nada que ver con la Macarena de Los del Río.
Es un español que triunfa en los Estados Unidos de América sin necesidad de taconear o tocar la guitarra; capaz de hablar idiomas con la solvencia de un políglota y la rapidez de un taxista.Hasta llegar él nunca habíamos sido ni tan altos ni tan elegantes en los movimientos.
Antes tuvimos en la cancha a Romay, un tipo encantador contando chistes y como animador de galas televisivas pero que se botaba el balón en la punta del pie (sus zapatillas de la mili lucen en las vitrinas del Museo del Ejército junto a la Tizona; tienen la dimensión de una patera y las anchuras de un aeroplano). Antes de Gasol, los gigantes habían sido tipos de verbena a los que se visitaba en una caseta, por su culpa los niños tenían pesadillas durante todo el invierno.
Para ser un arquetipo social se ha de dar la circunstancia de que la persona elegida no lo haya querido; exacto, eso es. Con él termina el complejo ante las suecas de las películas de Esteso, o el hidalgo español de triste figura y más penosa cuenta corriente que encarnaba José Luis López Vázquez. Ahora las suecas y resto de vikingas se le acercan con ganas de piropearle, arriman manteca con ganas de rascar, algo insólito en nuestras latitudes carpetovetónicas.
Por lo tanto, hay vida sin llevar bigote, calcetín gris perla y peine en la cartera. Gasol es el español laico independiente pero de verdad, el modelo que soñaron los exiliados liberales del siglo XIX que se comían las palomas de las Tullerías porque andaban sobrados de ideales pero cortos de manteca que echarse a la boca.
No es un producto de laboratorio como lo fue Nadia Comaneci, sino la feliz consecuencia de la normalidad y los alimentos bien preparados. No sabe de coplas, no se emociona con las canciones de rompe y rasga, no tiene líos en las revistas del corazón, parece un tipo corriente, salvo que su cabeza sobresale entre las filas de los que hacen cola para coger el rancho en la Villa Olímpica de Atenas. Y además gana en un deporte que inventaron los gringos para humillarnos a todos los demás. Está por encima de las dos Españas porque les saca la cabeza, sobrepasa las dimensiones hasta ahora conocidas.
No es el mejor jugador de baloncesto del mundo, tampoco creo que le importe, pero tiene la mirada de águila de Michael Jordan, ese hombre que vivía en el viento. Su mayor mérito ha consistido en pegar a la pantalla a los que no tienen ni pajolera idea de baloncesto (la inmensa mayoría). ¿De dónde ha salido este chico? Se preguntan los que siguen las andanzas de los Beckham boys…De ahí arriba.
Dos árbitros pitachuflas le han dejado sin medalla, da igual, él se ha puesto el himno en los auriculares de su walkman.
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Etiquetas: deportes opinión, el mundo