Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Confieso que soy un adicto a mercados y mercadillos, una ciudad se descubre antes en un puesto que en un museo. En los mercados, además de los productos del día, está el habla corriente: los giros de moda, los chascarrillos, la forma en la que se desenvuelve el gracejo, la economía cotidiana, las carreras de los niños, la joven que despacha fruta y compite en lozanía con las manzanas. Tantos portentos en tan poco espacio que por fuerza se condensa lo mejor de una sociedad, hay tiempo hasta para el ligue de puesto en puesto. En el mercado romano se da cita una buena parte de nuestra historia; si es verdad que la herencia está en el paladar tengamos por seguro que nuestro origen reciente viene de Roma.
Estos romanos no se lo montaban nada mal, eran unos hedonistas en falda corta y casco de cepillo, unos vividores de tomo y lomo, unos latinos con ganas de disfrutar del vino y los placeres. En los viejos libros de bachiller aparecían demasiado tiesos, copiados de algún friso en mal estado y parecía que nunca habían comido una buena pata de jabalí. Nuestros romanos de adolescencia eran unos tipos recién salidos del gimnasio, mirada insobornable y músculos torneados, (parecían iconos gays en permanente día del orgullo). Pero la realidad de aquellos latinos debió ser menos estirada y más placentera, también hubo romanos gorditos y romanas excelsas, tuvieron tiempo para hacer una cultura mediterránea de los sentidos. Es verdad que vivieron sin calefacción, sin cristales en sus casas, sin penicilina y ¡sin conocer el tabaco! que siglos más tarde traería Colón de América, pero bordaron la buena vida como nadie. Supieron recoger lo mejor de cada pueblo que conquistaban, sobre todo en cuestión de paladar. Pruebe usted a desguatar un pescado a la sal y cierre los ojos, tendrá dudas de si está en la Helmántica, en Gades o en Roma; dudará del siglo en el que se encuentra y tendrá la sensación de que el gusto traspasa siglos y fronteras.
Y si tomamos el paladar como medida de civilización llegaremos a la idea de que los romanos éramos buena gente, tanto que aún hoy seguimos siendo hijos del viejo Imperio aunque nos vistamos con ropa de bárbaros. En cuestiones del comer, (que son las importantes), hemos cambiado bastante poco, es más podemos estar seguros de que algunas aportaciones posteriores vinieron a hacernos la vida más infeliz. En los viejos mercados de Roma se daban cita mercaderes, buhoneros, matasanos, bailarinas, prebostes, patricios y plebeyos? más unas cuantas gallinas porque la patria de las gallinas siempre andar sueltas entre la muchedumbre. Larga vida al César y buen provecho para los salmantinos.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion