Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Diecisiete ataúdes han cortado la respiración del verano, otros tantos militares españoles regresaban de Afganistán metidos en una caja de madera. Gente joven que trabajaba con las armas para el servicio de la paz, no eran superhombres sino soldados con una misión difícil en una tierra lejana; la tragedia es la que los ha elevado a categoría de luto nacional. A ellos les hubiera gustado llegar de otra manera más discreta y con menos honores militares, pero en ningún caso el destino les dio otra opción que la muerte. Por la mente de los diecisiete iría la idea del peligro pero muy al fondo, como si aquello fuera parte de la paga por estar expatriados. Hoy sabemos que el dinero no cura heridas ni consuela huérfanos; si es para pagar la muerte no hay plata que brille.
España nunca ha sabido qué hacer con sus héroes y estos diecisiete lo eran, con todas las letras. Su combate no fue contra enemigos bien armados, ni hubo tambores ni banderas desplegadas, lucharon contra el infortunio y al cielo subieron vestidos de caqui. Llegado el momento mata más la mala suerte que la metralla del enemigo: en Trafalgar murieron más ahogados que por balas del inglés, en Santiago de Cuba los náufragos de la armada del almirante Cervera se destrozaron contra las rocas, puñeteros barcos de madera que lucharon contra los primeros cruceros modernos acorazados. Cuando la necesitamos la fortuna nos suele dar la espalda. Lamento la muerte de los soldados sobre todo porque en breve sus nombres se olvidarán del todo, será cuando la sociedad pase a otra cosa y sus familias reciban una paga doble a final de mes, (miseria comparada con el precio de la sangre).
Todavía manejamos un prurito cobarde hacia lo militar, algo que se refleja en cómo la sociedad civil no ha terminado de integrar que el Ejército es cosa suya, quizá una de las relaciones más honestas que se pueden dar entre ciudadano y Estado. La sombra de los generales del pasado, los de espadón y gesto duro, condiciona el valor actual de nuestras tropas. De vez en cuando el Ministerio de Defensa lanza una campaña para captar soldados, da la impresión de que nuestro Ejército está falto de una transfusión de personal. Poco se cuenta del valor de los oficiales, del coraje que tienen los mandos para aguantar la tensión en momentos críticos, de su preparación y capacidad más que sobrada. Fuera de nuestras fronteras es cuando uno percibe la dimensión exacta de nuestras tropas. Aquí somos unos necios cuando hay que hablar del Ejército, auténticos papanatas incapaces de levantar un monumento popular a los diecisiete de Afganistán pero dispuestos a hacer cola para escuchar a Bustamante.
Compartir:
Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion