Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Paco (el de la Lucía), tiene las manos como instrumentos de precisión, la frente arrugada como una partitura, el sudor controlado y los ojos siempre vueltos. Con eso y el duende, es decir, con el compás que marcan las puntas de sus botas, ha conseguido ser un genio con la discreción de un pordiosero. Ha pasado por el Festival de La Unión y se ha medido al personal en la funda de la guitarra.
Preguntado por su oficio, Paco respondió: “la guitarra es una hija de la gran puta”, que es una forma de declarar amor a alguien que te supera en talento. En Andalucía es un elogio, no un insulto. Por eso a las vírgenes barrocas se les increpa por la calle algo sobre la madre que las parió, en un pellizco racial de emoción desbordada. Y no es nada ofensivo contra el árbol genealógico de la Virgen, o de la guitarra, o de la gente que se quiere, es una forma de reconocer el cariño.
Andrés Segovia era un virtuoso de la guitarra, más bien un tipo discreto. Cuenta Tico Medina (y así aparecerá recogido en sus próximas memorias que se llamarán “Oro, Incienso y Mierda”), que paseando por Granada con el músico un hombre les paró. El ciudadano no hacía más que tirarle elogios a Tico Medina y éste, azorado, le dijo: ¿pero, hombre, no ve que a mi lado está el gran maestro Andrés Segovia?, y el granaíno respondió: “¡ah, el que hace pollaicas con la guitarra!”?
Lo que hace Paco de Lucía es ciencia ficción, cada dedo es un siglo en la vida de un hombre.
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