Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Le tomo el título prestado a Fernando Fernán Gómez, (siempre es mejor admitirlo que hacer como Ana Rosa Quintana), para constatar una evidencia planetaria: o permiten a los demás del pelotón ponerle un pequeño motor a sus bicicletas o Armstrong va a estar ganando tours de Francia hasta que se le oxiden las amígdalas. Hoy, si nada lo remedia (quizá una fuerza suprema, un huracán como el que azotó Cancún la semana pasada), Lance Armstrong ganará su séptimo Tour. Maravillosa noticia para el corredor pero pésima para el deporte porque le resta emoción. Era Beckenbauer el que decía que el fútbol eran once contra once y al final siempre ganaba Alemania, una brabuconada pero que se cumplió al pie de la letra. Hasta la coronilla de presenciar el abuso germano pronto aprendimos a aplaudir la caída del Imperio, (¡el disgusto de flequillo que se llevó Rumenige cuando palmó la final del Mundial 82! ante un tirillas como Paolo Rossi y resto de la banda italiana).
Con el Tour nos puede pasar lo mismo, entre la caló que cae a plomo y los resúmenes de Operación Triunfo, es posible que las bicicletas caigan en el más absoluto de los abandonos. La culpa la tiene Armstrong porque es perfecto, no hay en él un pliegue de duda, un espacio para la duda. Desde que se viste de amarillo hasta que se baja de la bicicleta en los Campos Elíseos, no hay color. El secreto mejor guardado es ¿por qué llega el primero?: porque tiene urgencia por reunirse con su novia, la rubia-revolcón Sheryll Crow que a su vez canta y le toca la guitarra en sesiones acústicas. La ausencia de Sheryll le provoca unos cambios en las endorfinas que luego se convierten en energía mecánica; es normal, cualquiera que tenga semejante estímulo en línea de meta no dejaría escapar un segundo.
Valga la metáfora para justificar que cuando uno está enamorado no entiende de valles o montañas, lo que busca es llegar pronto. Aclaro que esta teoría ciclista no quiere decir que el último clasificado sea un gregario acongojado porque tiene a la suegra en casa; no, ni mucho menos. Pero no todos tienen la suerte de acostarse con su banda sonora, y eso le pasa a don Lance al que despiertan con Las mañanitas del rey David (y no con la diana que le tocan al pelotón).
Por lo tanto no es extraño que hoy, tras vestirse de césar de las dos ruedas, el corredor huya con su novia-cañón a investigar melodías. A fin de cuentas ella maneja los dedos muy bien, (con su guitarra), y él tiene piernas dignas incansables. Seguro que Armstrong está loco por triunfar en las curvas de Sheryll, su mejor etapa, su meta volante y su doping natural. Si le pinchan le salen glóbulos rubios muy agitados.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion