David contra Goliat

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Querido pez pequeño… más conocido por pequeño comerciante, o dueño de sí mismo, o empresario con las desventajas de un asalariado y con la presión fiscal de un magnate: a liberarnos tocan. Ya sé que su esfuerzo diario es algo más que construir pirámides con palillos de dientes, o remar con una cucharilla de café contra la corriente. Y que su heroicidad, esa que le lleva a tirar de la persiana cada día, no inspira guiones de cine salvo el de la Estanquera de Vallecas; pero no espere que pongan sus manos en el bulevar de la fama de Madrid.
El consejero Blázquez, que en materia de dinamizar el empleo ha hecho mucho por la región, está por la labor de pedirles que abran más domingos y festivos. En este caso el consejero trata de normalizar una situación que demanda el mercado; la Administración no puede ir por detrás de los deseos de los ciudadanos. La tendencia a liberalizar es imparable, aunque estemos en un sistema híbrido que es fuerte con los débiles; y débil con los fuertes. Pero ante la ola que viene habrá que darle la proa para no perder esta batalla en la que los grandes van en moto y a ustedes les toca tirar de Morrut, (el burro de Cañas y Barro).

Cierto es que el pez pequeño no puede rotar turnos, salvo que el padre de la oveja Dolly sea capaz de clonar tenderos y que éstos se quiten de la «funesta manía» de dormir, comer, descansar y disfrutar de los domingos. Si lo ha hecho con un ternero, ¿por qué no con un tendero?, ambos hermanados fonéticamente y en el trato amable y cercano. Los tiempos que vienen son como los de la serie Cuéntame, en la que trabaja hasta la abuela dando pespuntes al bies. En principio la lucha se muestra desigual: no son los mismos medios, pero el pequeño comercio que hizo grande a este país, (hasta que no se demuestre lo del mono lo único que tengo claro es que venimos de las tiendas de ultramarinos y mantequerías), no puede darse por vencido. Sus armas son la proximidad, el trato y la ventaja de no tener música de ambiente. Cuando entras en una gran superficie te pueden poner a Mari Cruz Soriano, sin anestesia ni previo aviso.

Las librerías de barrio en las que hemos buscado nuestras primeras letras, los puestos de aceitunas, las carnicerías y panaderías familiares son nuestro patrimonio urbano sentimental. Quizá se unan para ofertar una calidad humana con la que no se puede competir.El cariño y la clientela la tienen garantizada por nuestra parte.

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