Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
PARA muchos compañeros de mi colegio, a los que se les atragantaban los logaritmos neperianos, las matemáticas eran sin duda ciencias ocultas. Sucede lo mismo con las personas mayores incapaces de programar un vídeo o las no tan mayores que tenemos problemas con la informática de usuario. Siempre en la vida hay un lado oculto que desconocemos bien porque no somos capaces de llegar o porque abandonamos todo esfuerzo antes de iniciarlo. Ahí entran en funcionamiento los expertos en el porvenir (alguno de ellos tampoco saben de matemáticas pero sí de “mancias”, quiromancias, alternancias y repugnancias). Con un pañuelo en la cabeza y la cáscara de unos caracoles hay quien se atreve a enseñar el futuro, ¡qué osadía! En el Certamen de Ciencias Ocultas se reúnen los números uno, sin duda, pero permitan también que los descreídos tengamos razones para pensar que lo mejor que se puede hacer con unos caracoles es comérselos o ver su parsimonioso caminar por una pared encalada en verano. A cuenta del futuro hay mucho charlatán de pacotilla como aquel que asegura leer el porvenir en el trasero de sus clientes. La técnica consiste en tumbar de cubito supino al preguntante, y él pasa con una lupa de Sherlock Holmes por la grupa del incauto. Habitualmente son mujeres, ¿por qué será?, y mirando poros de la piel y estrías de la vida este sujeto asegura que ve el porvenir, le llama culomancia (tal cual). En cierto sentido no deja de tener su gracia que el futuro lo llevemos puesto y pegado al trasero, iríamos dando vueltas como el perro que se quiere morder el rabo. Si el resultado es cuestionable el método es de risa. Luego están las que salen en las teles locales con cara de brujas malas, o los que imponen manos, o los que aseguran leer el aura y también los que te cobran un café a precio de whisky de importación para luego leer los posos. La inocencia es lo que cuenta y si uno está convencido de que el futuro cabe en una baraja de cartas, enhorabuena. Dicen los expertos que la gente acude a preguntar sobre todo por el amor, y una persona enamorada a la que otro coge las manos se abre como una flor de invernadero. Normal, es cuando uno se encuentra más frágil. La cuestión es acertar en manos de quién ponemos nuestro destino, y no lo digo por las brujas sino por la pareja que vayamos a elegir. Y que no nos dejemos impresionar por un mangante vestido de quiromante. El hombre es un ser libre mal que le pese a veces, un hijo de la ilustración que teme y ama tanto como reza o trabaja, o duda y pregunta, así que el futuro no debe ser otra cosa que aquello que hayamos sembrado con unas gotas de azar. El destino le llaman
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion