Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Gallardón lloró la soledad en público (cosa extraña) y luego esperó a que el cielo hiciera una señal y el cielo no estaba por fuegos pirotécnicos; por lo tanto, guardó silencio. Ni una gota, ni una nube, ni una estrella fugaz. Dicho de otro modo: el alcalde le dio un capotazo al aire y ni las hojas de los árboles se movieron. Traducido: rien de rien. Más en concreto: mucho ruido y pocas nueces.
La queja del alcalde recuerda a la del hombre que fue al médico y dijo: “doctor, mi problema es que nadie me hace caso”. Y el médico, guasón, le respondió: “de acuerdo, ¡qué pase el siguiente!”.
Es decir, melancolía sobre la melancolía. Gallardón se ha convertido en un personaje orteguiano: cada vez que habla con el corazón parece que nos está dando el parte de cómo se perdieron Cuba y Filipinas.
No será la razón lo que le falte sino quienes se la tienen que dar. Nadie le discute la eficacia, ni el apoyo popular, ni la gestión. Da la impresión de que su reino no es de este mundo. Igual los túneles son escondites y de ahí su afición a horadar.
Esperanza no le quiere, eso es tan evidente como que vienen el calor y los toros. Seguro que Sabina le termina de apañar este desaguisado con unos versos que le encantarán a la presidenta (aunque ella ponga oídos sordos).
En la letra de todo bolero desgraciado siempre hay una gran historia de amor.
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Etiquetas: madridiario.es, opinion