Carlinhos caminó sobre Madrid

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La pobreza en Brasil tiene un nombre bonito, le llaman favela.De ahí se sale a tiros o por la vía musical; Carlinhos Brown siempre tuvo claro que, puestos a que sonaran disparos, mejor sería darlos en un tambor.
Carlinhos se empeñó en hacer de Candeal un santuario de música, y luego Fernando Trueba convirtió en película una historia que ya era de cine: la de un barrio que lucha por un mundo mejor.Eso es lo que hace Carlinhos, dar golpes de tambor sobre el asfalto y sobre las conciencias. Es como si el Ché Guevara hubiera cambiado la pólvora por el bongó, tan contagioso como los tambores de Calanda que gustaban a Buñuel. En el fondo de los genes están los cromosomas del son, que llevan al baile de ritmo antiguo y fácil de asimilar.

La música es el mensaje y la de este genio brasileño es pegadiza, contagiosa, cautivadora, rotunda. No se conoce a nadie que haya estado expuesto a sus vibraciones que no haya soltado la cadera.Para disfrutar del Carnaval Brown no hace falta saber idiomas ni tener altos estudios de solfeo. Es una concentración cívica, festiva, coñera, sensual, sexual también, sudorosa, e interminable.Dirán que Alicia Moreno, enviada especial de Gallardón a los saraos, contraprogramó a los obispos con un santo laico y eso le vino bien a Zapatero. Pero en pura lógica primero fue el fuego, luego el baile, luego los sumos sacerdotes y luego el pecado, así que no culpen a Zerolo por invitar a gays y lesbianas a cortar la calle.

A cuatro minutos de las siete de la tarde rugió la Castellana, extraña puntualidad para un concierto de rock. No era la percusión sino los bomberos que regaban camisetas, «¡que bote el bombero!», decían ante el asombro de los porteros de las casas bien. En el número 176 me encontré con la chica de Ipanema, una trigueña monumental que hacía guardia en el césped y a partir de ahí comenzó la fiesta del ombligo. La edad media era de 22 años aunque con la excepción de las hermanas mayores que pedían una segunda y gloriosa oportunidad. Por lo demás, muchas caras de Selectividad y algún ligue recién acuñado: lo que hacían sus abuelos en la pradera de San Isidro pero en versión digital.

El aire estaba espeso por el calor y algunas nubes de humo de Ketama. En el túnel de plaza de Castilla una pancarta: Carlinho (sic) la solidaridad es cada vez más lucrativa. La espera se capeaba con bailes al son de una botella de agua o provocando a una vecina que primero tiraba vasos de agua, luego cubos y finalmente enchufó una manguera. No cantaban «¡Samba sí, Davos no!», como en Porto Alegre, pero había un ambiente plural, reivindicativo, descaradamente joven.

A las 19.32 horas, el camión se convirtió en selva y apareció la voz del protagonista, vestido de obispo popular con sombrero rojo, traje del Rey del Mambo, y dos mulatas de coro que eran del entusiasmo popular. Hablé con Luis, 75 años, vecino del barrio del Pilar; venía de la otra manifestación y se declaraba abiertamente a favor de ésta: «Qué calidad de belleza». A esas alturas ni el helicóptero de Telemadrid te podía cambiar la vista del espectáculo carnal. A las 19.34 horas echó a caminar el artilugio donde iba Carlinhos, inspirado en el submarino del capitán Nemo con ojos de pez como pantallas gigantes, y una orquesta para que se oiga en las murallas de Lugo. Salieron las banderas del arco iris de los armarios, la multitud fue una pasta y Carlinhos se apoyó en el micrófono para abrir las aguas sin ayuda de la policía.Ahí caminó sobre Madrid.

La caravana del brasileño no excluye a viejos monaguillos, curas progres, santas con la tarde libre o vigilantes de la tradición y el Santo Sepulcro. Al final no se reparten absoluciones plenarias.Procesión es también pero más dominguera; es como si usted cogiera su equipo de sonido y caminara con él pegado a la oreja pero multiplicado por miles de orejas y miles de vatios. Lo que se exuda son bacterias del mal humor y de intransigencia; una buena samba es un perdón del cielo a nuestros pecados. Mientras algunos resucitan a don Pelayo no está mal gozar de los placeres de la vida; nadie dijo que estuviera feo taconear un rato en este valle de lágrimas donde cada vez es más difícil aparcar el coche.

Si la felicidad fuera una franquicia Carlinhos se forraba. La calle siempre fue de trovadores y poetas. Este bongonsero, como el personaje del cuento, no lleva camisa. A las 20.15 horas, tres autobuses, con manifestantes de la otra, pasaron por el lateral de la Castellana; aunque parezca mentira no se sumaron a la fiesta.

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