Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Querida Ana Milena: por si alguien tiene la amabilidad de leerte esta carta quiero que sepas que tu hijo, el que acababa de nacer cuando se produjo tu desgracia, ahora tiene tres años. Lo ha sacado adelante Carlos, tu marido, el que no se despega de los pies de la cama salvo para ir al trabajo y cuidar de los dos chiquillos que tenéis en común. Los de la clínica dice que fue un terrible accidente y ahora el juez cree que tampoco es para tanto y archiva la denuncia. Ya ves, Milena, tú estarás en coma cerebral pero hay otros que tienen menos sensibilidad que un geranio. Me consta que si por ti fuera, te habrías bajado de este mundo hace tiempo pero una paradoja científica te ha dejado el cerebro muerto pero el cuerpo vivo, como si una cosa pudiera ser sin la otra. El remate gélido lo pone la justicia a veces tan alejada de lo humano.
Calor, en la calle sube la temperatura y va pasando esta primavera seca sin que te des cuenta, otra más, ¿para qué quieres que la sangre corra por tus venas si no puedes levantar los brazos para coger a tus hijos? Ellos van a verte bajo la atenta vigilancia de un crucifijo que hace sombra a tu desgracia. Saben que mamá no podrá despertar nunca pero en su conciencia infantil creen en el mito de la bella durmiente, ¿acaso no hay príncipes encantadores que puedan besar tu frente de ceniza? Ellos te cuentan sus cosas como el que espera hablar con Dios un día, y te cuidan con la extremada delicadeza de la porcelana. Si fuera cierto que venimos del barro, tú te has transformado en piel de fina arcilla, atrapada en el cuerpo que recuerda a una joven colombiana que tuvo un desencuentro fatal con el destino. No tenías que haber entrado nunca en ese quirófano sin retorno, ya dura mucho tiempo el efecto perverso de la anestesia.
Dolor es un término subjetivo cuando llevas tres años embuchada en una cama, en una cárcel horizontal donde las horas pasan a granel y sin poder disfrutar de ellas. Sufren más los que están cerca de ti; tú ahora no puedes razonar sentimientos pero algo me hace sospechar que te llega el cariño. Vaya usted a saber cuáles son las sondas emocionales que nos permiten recibir vibraciones externas. No puedes hacer un discurso así que déjanos a nosotros denunciar que en Madrid, ciudad sin playa, hay una sirena varada, una cautiva dentro de su cuerpo, una estatua viviente. En esa habitación, mazmorra a tu pesar donde haces de mimo quieto, pasan los días de hierro. No estás sola, un juez puede archivar el caso pero no borrarnos la memoria; en tu nombre, justicia. Un beso.
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