Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Estimado Ramón Calderón… El cóccix de varias generaciones de taurinos le agradece la idea de modernizar Las Ventas. Bien es verdad que en principio sólo se ocupa de lo que se llama la zona del perfume, donde va a crear unos palcos Vips, pero por algún lado se empieza. A usted le tengo oído que los toros son el único espectáculo en el mundo donde el espectador paga un poco más por no sentirse peor, de ahí la almohadilla, que es a la ergonomía lo que el cardenal de Venecia a los Village People. La localidad taurina está asociada a la penitencia de la carne: igual por asistir a todo el abono de San Isidro se gana indulgencia plenaria.No hay más que ver la cara de agobio con la que se estira el personal llegado el tercer toro, cuando uno se puede sentir mellizo de su hermano de localidad. Si la ministra Trujillo fuera a Las Ventas y aguantara seis toros seguidos en la grada, sacaría innumerables ideas para sus minipisos. Allá donde parece que apenas caben tres personas se agolpan hasta nueve, y cuando hay que sacar paraguas aquello es un campeonato mundial de codazos.
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Amputar los miembros inferiores del respetable no sólo sería doloroso sino demasiado sacrificio; no se entiende cómo españoles del siglo XXI tienen que hacerse hueco en un espacio diseñado para españoles que acababan de perder Cuba y Filipinas. Una cosa es la tradición y otra la pasión. Décadas de progreso y de leche con cereales nos han dado otra dimensión corpórea. En cierta ocasión, un aficionado del sur definió a los asientos de Las Ventas como la mázzima estreché, quede como greguería espontánea.El madrileño medio no tiene nada que ver con el que acudía a ver a Juan y José en sus años de rivalidad. Ya no somos de la talla de Belmonte. El palco tapiza al aficionado por la parte del asiento y por la del ojo. Habla usted de zonas Vips y enseguida aparece la imagen de esas poderosas chicas que atienden en el Bernabéu y de las que se enamoran muchos en el traslado de la puerta al asiento. Se conocen casos de algunos que lloraron porque tan entrañable relación tuviera un final tan corto. El bigarderío con tacones siempre ha creado mucha afición al espectáculo, y más si hay cuernos de por medio. Sólo le falta contratar secretarios para que saquen el pañuelo blanco cuando uno esté cansado y que cojan número en la cola del servicio. Así, de esa manera tan agradable hasta pueden darse petardos de corridas pero uno reacciona de otra manera. Señor Calderón: ¡qué viva el lujo y quien lo trujo!
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