Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El poeta y periodista retrata con afán casi científico a los personajes de la actualidad rosa en su nueva obra,’Alta Suciedad’
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Angel Antonio Herrera (Madrid, 1965) es un excelso cronista de lo social, de todo aquello que no es política, es decir, de todo. En la tele, con María Teresa Campos, se mueve ágil en el regate en corto quizá porque le hubiera gustado ser central del Real Madrid aunque sus piernas sólo le dan para público. Producto de su manía de pensar y de su oficio de escribir es el libro Alta Suciedad (Ediciones B), en el que retrata a los personajes de la actualidad rosa con la curiosidad de Darwin cuando estableció el origen de las especies.
En su currículo es el noveno libro, también tiene escrita una biografía sobre Umbral y un ensayo sobre el falo, ese pinganillo que es materia común.
Ha hecho algo mágico, literatura de gente ágrafa: «las Misses y un servidor, que es poeta de periódico, estamos unidos por el neologismo. A mí me cuesta un huevo inventar una palabra y ellas se pasan el día ofreciendo aportaciones altruistas». A pesar de que ellas le castigan con la boca, Angel Antonio se arrima a la lentejuela con la ilusión de un novillero que acaba de llegar de provincias «porque no hay hombre que pueda resistirse a la presencia de una mujer hermosa. La frase no es mía pero el sentimiento juro que sí».
El libro es una constante vuelta a los autores clásicos, cita a Quevedo, a Breton, a Neruda «y también a Ciorán, convencido de que muchas de las aludidas pensarán que es diseñador de pamelas o una maricuela de temporada. De una manera continua aparece ese antropólogo de la noche que es Joaquín Sabina, «me hablo con él por teléfono, pero comunica mucho, no hay forma de que lo coja porque Sabina ya sólo se habla con los clásicos y sospecho que utilizan el latín, por eso tarda tanto en las despedidas, hasta que da con la declinación oportuna».
Manolo Summers rodó Del rosa al amarillo, Herrera va más allá y se adentra en el marrón, donde todos los delanteros son pardos y convergen hacia las Misses, «es posible que en el contrato se contemple la corona, el año de promoción, unas pasarelas y derecho a futbolista de moda. Futbolistas y famosas se duchan bajo el mismo chorro de agua y mira que es grande un vestuario».
Por si alguien no capta la ironía, el matiz y la colleja, igual hasta sería necesario publicar un libro de instrucciones para leer este libro. «Ambiciones no es Macondo pero sí es verdad que todo vuelve a la casa natal de los Ubrique, allí donde tenían un tigre llamado Currupipi, que cascó y en la siguiente vida se reencarnó en Belén Esteban». Como dato turístico de atractivo comarcal propone que se hagan excursiones en autobús hasta la valla de la finca, con suerte alguno del clan arroja unos panchitos.
Perverso y divertido Angel Antonio usa melena de sioux para acongojar a sus objetos de estudio, «si tengo un día inspirado puedo resultar peligroso». Según él, Sara Montiel y Marujita Díaz son la demostración palmaria de que existe el más allá, «es maravilloso porque estas prehistofolklóricas entran en el quirófano y salen peor de lo que estaban. Es un fenómeno a estudiar». A todos les pasa por el paredón de la literatura, incluido ese fenómeno de la biología que es el doctor Iglesias Puga, que además le agradeció un comentario, «y ya es raro porque jamás dan acuse de recibo, nula respuesta.Con lo cual sospecho que no se enteran de que va por ellos hasta que un amigo que ha hecho el bachillerato en Los Salesianos se lo explica».
En otro de los capítulos habla de los concursantes de Gran Hermano, que son tantos que cabrían en el Valle de los Caídos. La curiosidad es saber si hay un centro de reciclaje para esos hermanos, «no lo sé, igual hacen pasta de papel para forrar la casa en nuevas ediciones, pero lo habitual es que vuelvan a su pueblo para regresar a lo que siempre fueron: nadie».
Y en el fondo es un poeta, un poeta que come carne rosa, ¡qué osadía!, «diga usted que en el fondo y en la forma soy poeta.Es verdad». Sus armarios están cargados de ropa negra pero siempre deja un hueco para que se cuele alguna admiradora que quiera ponerle orden entre los jerséis.
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