Por: EDITORIAL / REDACCIÓN
Hay ciudades que en sí mismas forman un microcosmos, pero Marbella no. Marbella es un ecosistema. Hemos estado décadas haciendo la siesta con el mismo león piojoso de los documentales de la BBC cuando podíamos haber aprendido mucho más sobre los misterios de la conducta animal con unos cuantos reportajes a fondo sobre Marbella. Carnaza, depredadores hambrientos, luchas territoriales, costumbres de apareamiento… Marbella lo tiene (o lo tenía) todo: desde reinas folclóricas a jeques árabes, desde traficantes de armas a abogados. Esa hipotética serie de documentales sobre la Marbella eterna haría que un gazpacho fastuoso formado por la conjunción de Falcon Crest, Los Soprano y Dallas pareciera sólo La Casa de la Pradera.
En verano, todos los bostezos de España se vuelven hacia Marbella, quizá porque sabemos que la ciudad malagueña, más que un microcosmos, es el espejo de España. Marbella tiene un nombre bonito, sí, pero sólo es terreno edificable, carne comestible, un subsuelo listo para el abordaje, una noche donde no duerme ni Dios y playas llenas de michelines.
Ahora que está de moda la no ficción, aún estamos esperando al escritor capaz de echarse semejante epopeya sobre sus hombros. Pero ¿qué escritor sería capaz de reinventar a Jesús Gil? Con una apariencia física a mitad de camino entre Falstaff y un elefante, desmesurado, sórdido, facundo, Gil resultó un Joe Pesci sobredimensionado dirigido por Fellini en un día malo. Quién iba a suponer que aquel avatar de Ganesh en la dehesa pudiera dedicarse a la política. Hubo suerte, empezó tarde y tuvo que conformarse con ocupar Los Angeles de San Rafael primero y Marbella después: El Pardo ya estaba ocupado. Gil puso de moda los ombligos desvergonzados, las ferreterías al cuello y el vuelo sin motor desde las ventanas. Convirtió el Atlético de Madrid en un colchón y rehizo Marbella a su imagen y semejanza: una hipertrofia de rascasuelos y chalets Exin, de piscinas en forma de jabalí y saraos horteras.
Gil se fue pero nos dejó a sus herederos: una manada de políticos evolucionados que han acabado por ser lo que parecían, una ronda de reconocimiento de sospechosos habituales con todas las caras marcadas. Por allí pululaban, entre otros secundarios de lujo, dos señoras con un rubio de bote que cada vez que entraban a la peluquería mandaban al carajo media capa de ozono, un tipo con apellido de bidé que tenía un documental de la BBC disecado en el salón y un señor con bigote que iba mucho al Rocío. Ahora Julián Muñoz, en vez de al Rocío, a lo mejor va a la cárcel de Alhaurín, que con tanto famoso dentro parece una edición especial de Salsa Rosa.
«Vaya sol de justicia» le dijo, cuando pasaba cerca de la cárcel, el taxista que llevaba a mi colega Rafa Martínez-Simancas de camino al aeropuerto. «No lo sabe usted bien» pensó Rafa, que ya sabe que la moda de este verano son los trajes a rayas.
EL MUNDO
MADRID, 20 de julio de 2006
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Etiquetas: a diestra y siniestra, el mundo, opinion