Soy un investigador, lo dice un carnet que me han dado en la Biblioteca Nacional. Lamento ser tan torpe que no sea capaz de escanear el documento para que me crean pero doy mi palabra de honor, (de honor encuadernado). Mi número es el veinte mil y pico, así que se supone que somos veinte mil y el pico, (el pico me toca en mi condición de avutarda).
Lo que me pregunto es si tendré vida suficiente para investigar. En principio lo he solicitado porque quiero meter la nariz en unas publicaciones antiguas, (años veinte), pero luego me queda la duda de si seré capaz de dejar de investigar porque tengo un carnet que lo dice. También me pregunto si puedo hacer un CSI particular entre libros de la BNE y averiguar cuántos entuertos encuentre en mi camino, de tal manera que también dudo si trasladar mi domicilio a las inmediaciones de la Plaza de Colón para seguir tomando notas.
En este momento mi trabajo es investigar, escribir y hacer radio, pero no me dirán que no es apasionante que te den un carnet en el que se reconocen tus habilidades para meter la nariz en el pasado encuadernado. Me siento un personaje de “El nombre de la Rosa”. Creo que todo el mundo debería tener un carnet para investigar en los libros, además el personal de la BNE es un encanto siempre dispuestos a echarte una mano cuando les pides cualquier documento. Ellos los tienen todos pero a tí, como investigador, te corresponde casar datos y fechas hasta llegar a alguna conclusión.
Siempre intuí que las palabras no podían ser inocentes. Y cada vez que más me adentro en libros me doy cuenta de lo solo que me encuentro. El laberinto es inmenso, la culpa la tiene Gutemberg que creó una peligrosa maquinaria para dejar impresa las ideas. Es verdad que el saber no ocupa lugar pero a uno le vuelve tonto el desconocimiento.
Hay millones de libros, de revistas, de documentos. Cuando cruzo las puertas de hierro pienso que la Biblioteca Nacional me engulle, no siempre tengo la certeza de que saldré de ella vivo.
Es verdad que somos veinte mil (y el pico), pero nunca he estado con más de una decena de investigadores, me pregunto si el resto han sucumbido o están encerrados en algún sótano. Los libros tomados de muchos en muchos provocan desastres en la conciencia, que se lo digan a Alonso Quijano. Por lo tanto sólo me falta el caballo, el perro y la lanza.
Dios me ampare.
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Cuidado que el peligro de engullimiento puede ser algo más que una broma; que si de veinte mil y pico, sólo se le ven las patas a una decena, además de preguntarnos ¿cuántos picos y patas son?, habrá que preguntarse también por las excelencias de esas investigaciones que, como bien dices, son las que desembrutecen, pero que, como bien dices además, tomados de muchos en muchos, puede igualarnos en suerte a la corriera el tal Quijano.
Que te ampare.
Al Altisimo me encomiendo y que Él me atienda aunque me pregunto si entre tanto libro no habrá sus demonios igual que entre sus páginas también se encuentran erratas. Un crimen en una sala de lectura es un buen arranque de novela negra.
Gracias Alonso, (Quijano).
Casi siento el aliento detrás de mi cogote, de alguien que debe tener ese carnet de ‘Grisom de Recoletos’ -¡pongo a Dios por testigo..!- pues me ha juzgado sin ir a la BNE a documentarse.
Don ‘Rafaé’, genio y figura con carné…
Si los humanos devoramos libros…Quién sabe si ahora los libros se animan y mastican poco a poco a un investigador inteligente… HUyyyyy qué miedo!!!
Carmen: en ese sentido no hay nada que preocuparse porque el investigador no es inteligente, por ese lado no hay peligro. De todas formas estoy contigo en que hay libros hechos con hojas de plantas carnívoras, lo creo.
Alonso: he encontrado la frase que buscaba en un libro de Washintong Irvin “Cuentos de la Alhambra”, allí cuenta lo que en el siglo XIX la gente le decía a los mendigos a los que no les querían dar limosna: “¡Perdone usted por Dios, hermano!”. Es una hermosa frase sin duda y se ha perdido porque ya a los mendigos ni se les mira a la cara.
Desde luego: “De entre las líneas horizontales y verticales, todas rectas, destacaba la curva de la espalda del Dr. Engelberth Warne, que, ensimismado, como siempre, intentaba encontrar un diablo en el único lugar donde puede hallarse: entre los libros polvorientos.” … … …
…
En mi tierra valenciana, cuando aún tenían cara los pordioseros, se les decía: “Atra vegà serà, germanet” (“en otra ocasión será, hermanito”.
Ojo con los demonios que tanto pululan entre libracos y legajos de lugares tan abyectos como la BNE. Y cuidado sobre todo con el virus del saber, que es de contagio casi seguro.
Alonso: tranqui, ante el virus del saber tengo la vacuna de la ignorancia, hay dosis porque me lo han confirmado desde Sanidad.
Los lugares de lectura son, efectivamente, cementerios con lápidas encuadernadas, camposantos del saber.
Muy inteligente, por tu parte, el haber recurido a Sanidad, para informarte: es el lugar.