Al autor italiano Federico Moccia habría que juzgarlo por la que ha liado en París en el Pont Neuf, lleno de candados ha logrado parte de su desprendimiento. Son enamorados que leyeron con lágrimas en los ojos “Tengo ganas de ti”, y pusieron su candadito pequeño pero con el tiempo han colocado cadenas que no las quitan ni los bomberos con una radial y con tiempo y sudores varios.
¡Vaya asunto metálico que empezó moviendo corazones que son un músculo!, ¿de verdad la pasión es un candado unido a un puente?, entonces creo que no me he enamorado nunca. Está claro que donde un idiota hace algo cien idiotas lo repiten después otro cien bobos, es tendencia. Se contagia la “bobuna” porque tiene un efecto atrayente imposible de rechazar, sobre todo cuando uno solo ha leído un libro y tiene la mala suerte de que ha sido una novela rosa, que no rusa. Y ni entraré a valorar diferencias.
Les podía haber dado por disfrazarse de cow-boy y montar a caballo por Almería, o por recoger fresa y deslomarse en los plásticos de El Ejido, o por limpiar puentes, podría ser otra actividad. En París cerca de ocho mil firmas piden a la alcaldesa Hidalgo que acabe con este sobrepeso en un puente frente al Museo del Prado. Y la alcaldesa, a su vez, a un concejal que le va a tocar darle al estropajo de hierro. El polvo se cambia por brillo, una vez más.
Toda leyenda tiene su origen y la del primer candado fue la de un cerrajero que en Florencia unció un pequeño candado al Ponte Vecchio pero rápidamente lo quitaron aunque luego volvieron los lectores de Moccia y los comerciantes se quejaron y la policía llamada por el Ayuntamiento acabó con ellos y punto final. Si hoy, a cualquier incauto, se le ocurre poner uno en Florencia tendrá lo que los tebeos decían “multa gorda”, y se acabó porque una cosa es el amor y otra cargarse el puente más antiguo de la ciudad. Feliz medida tomada a tiempo.
Desde luego que cada uno ame, tema, sea feliz o busque sellar su afecto con aquello que considere oportuno pero que no llene con su pasión aquellos espacios que son públicos, urbanos, de todos, un espacio feliz donde ya a nadie se le ocurre ensuciar salvo en noches de botellón que deberían controlarse porque el deterioro sí que lo pagamos todos.
Señora: si su hijo hace pis en un portal a la mañana siguiente algún vecino tendrá que limpiarlo. Con los candados sucede algo parecido, por lo tanto hay novelas que no son para leer al pie de la letra. Como las medicinas que no han de dejarse al alcance de los niños.
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