A pesar de las recomendaciones del ex ministro de Agricultura, Miguel Arias, los fabricantes de yogures se resisten a eliminar las fechas de caducidad de sus productos, parece que el consumidor se fía poco. En realidad lo que nos falta es costumbre de hacer la compra como Rambo, bien está que confiemos en los consejos que nos dan pero no todo el mundo está dispuesto a que experimenten con su tripa, el ex ministro puso el nivel muy alto diciendo que tomaba yogures pasados de fecha y se duchaba con agua fría. En realidad sentimos algo parecido al síndrome del miedo a la nevera que es otro territorio más en el que almacenamos como Diógenes, el otro es el armario de las medicinas dónde tiene que haber pastillas caducadas de antes del Concilio.
Aquí no somos todos hermanos y hermanas de convento que se duchan con agua helada y duermen sobre almohadas de madera como hacía la Santa de Ávila, para algo hemos alcanzado la civilización de la comodidad y la domótica en la que se puede abrir la puerta del garaje con un pequeño mando a distancia y manejar persianas con un botón. Somos cómodos porque hemos trabajado en conseguirlo, hace un par de generaciones rara era la casa que tenía baño en su interior, hasta en París mantienen los aseos compartidos yo creo que para mostrarlos en las películas en las que sale un apartamento en Montmatre. Esos pequeños lujos son los que tenemos por ciertos y tampoco estamos por la labor de cederlos, parecería un retorno a las cavernas sólo unas horas sin agua caliente.
Hasta que no veamos que los políticos dan una merienda con yogures sin fecha aquí nadie se fía, normal. Es el principio de “empieza tú que a mí me da la risa” que se aplica a los pioneros, colonos y amigos del puenting. Una manera de proteger la vida y la especie. Al respecto se cuenta la historia de dos frailes que bebían chocolate caliente, uno de ellos se quemó hasta la glotis y le brotaron lágrimas de dolor y para fastidiar al otro le dijo que esas lágrimas era de emoción por recordar el chocolate que hacía su madre, y le animó a probarlo porque tampoco quemaba tanto. El incauto fraile cayó en la trampa, en efecto se quemó la traquea y le brotaron lágrimas, ¿quemaba?, dijo el malvado inductor… no, en realidad me estaba acordando también de su madre, hermano, sentenció. Digamos que son bromas de convento que causan dolor.
Hasta que no enseñen los yogures que toman en las ejecutivas cuando desayunan los políticos es para creerles lo justo.
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