Para quién se atreva queda una obra muy interesante por escribir: el nuevo martirologio de los santos incomprendidos en vida, aviso que será amplia y densa, de profundo calado. Pep Guardiola es uno de ellos, sostiene que el Bayern no ha sabido captar su pensamiento, conste que los aficionados tampoco, y Sergio Ramos mucho menos. La culpa es de los demás que no nos enteramos por pasmados. En la lista de incomprendidos también figura el presidente Mas que sigue con el España no me comprende.
En este apartado de ustedes son unos cenutrios hay que reservar espacio para opinadores políticos en versión piedra, papel o tijera: radio, prensa escrita o tertulia en la tele. Aquellos que de buena fuente nos contaron la crisis de gobierno que iba a darse en Semana Santa y que ponía con un pie en la calle a Wert, Mato, hasta esquilmar el banco azul, y no. Sólo un pequeño cambio en Agricultura y a correr. Estos fenómenos se han cubierto de gloria pero también son inocentes con la excusa de que aquí nadie pide perdón porque hacerlo es de cobardes. A ningún influyente de los medios se le ha ocurrido disculparse en el mismo espacio en el que se escurrió, iba a ser una novedad, ahora están solucionando lo de Rusia y no tienen tiempo, gente que presume de comer con el poder todos los días y de tener fuente directa con la Santa Sede si llegara el caso. El “pepismo”, de Pep, se contagia como plaga.
En Japón son mucho más serios para estas cosas.
A pequeña escala pruebe a llamar a un técnico en lavadoras porque tres días después de haber cambiado los manguitos aquello tira agua como una fuente, será difícil que admita que puso mal las abrazaderas, cargará antes contra las piezas que cada vez las fabrican peor. En ese momento es cuando te entra sudor frío por la espalda porque podría ser técnico de mantenimiento de aviones, pero sólo es un temor pasajero que pasa pronto. A esta subdivisión de la incomprensión se le puede llamar pasotismo social. Es un virus que se prolonga por el cuerpo de la sociedad y que tiene algo de anestesiante, nos lo enseña Chicote cada vez que entra en un restaurante nauseabundo, ni los dueños lo pueden explicar y tampoco la clientela que hasta el momento comía croquetas infames sin mostrar queja.
Pep igual tiene razón: nadie le va a pedir explicaciones porque ha llegado a categoría de mito viviente, a un entrenador de Segunda le cantan las cuarenta por mucho menos. La culpa es nuestra ya se sabe, y el mérito es como una butaca sobre la que te sientas feliz porque te corresponde.
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