(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 9 de marzo 2014)
¡Quién nos iba a decir que la gran noticia que llegase este año de los Óscar de Hollywood no fuera una actriz en la pasarela o una película ganadora!, lo que ha triunfado es algo tan simple como una auto-foto, un selfie para entendidos. Los que allí posan junto a Ellen Degeneres parecen captados de un fotograma de cine mudo, ahí están sin guión, sin un director de escena, naturales como adolescentes en el patio del colegio.
Moda que se ha contagiado como catarrillo invernal y, en este momento, o apareces en un selfie aunque sea en tu junta de vecinos o te consideran diplodocus de museo. Lo cierto es que abundan en exceso y se convierten en cansinos. De aquí a que superemos la “selfitis”, (palabro que me acabo de inventar), no habrá boda, bautizo o reunión de empresa que no tenga un selfie. Da igual aparecer con un ojo mirando a Bizancio y el otro a Turingia, la cosa es entrar en el cuadro como el que se mete en una melé de rugby: cuánto mayor el mogollón más divertido es el resultado. Si es usted soltero empedernido lo aconsejable es hacerse un selfie delante de un rebaño de ovejas para parecer que está muy bien acompañado.
Hasta que se creó este movimiento ya convertido en pandemia lo suyo era apoyar la máquina de fotos en una mesa, activar el temporizador y salir corriendo para ponerte en el grupo. Esas instantáneas eran realmente divertidas sobre todo si se tropezaba el fotógrafo, o calculaba mal y aparecía mostrando su enorme culo en retirada al objetivo. Mención aparte de las auto-fotos campestres cuando la vaca lamía el objetivo y se fastidiaba el posado scout. Y luego estaban las apenadas parejas de novios que volvían del viaje relatando cómo le dejaron la máquina a aquel señor que parecía tan amable pero en lugar de hacerles la foto salió corriendo con la cámara. Así que nada mejor que ponerse delante del objetivo, estirar el brazo y esperar a que llegue el momento de quedar inmortalizados; es mucho más seguro, ahorra sustos y evita carreras innecesarias que tan perjudiciales son para un cuerpo que no ha calentado a tiempo.
Mucho se discute acerca del origen de esta práctica, dándole vueltas he localizado el momento original: el primer selfie de la historia fueron “Las Meninas” de Velázquez, ese momento del pintor sevillano en el que congela el cuadro para ofrecernos una estampa de todos los presentes mirando al objetivo que somos nosotros los visitantes. A Velázquez no le hacía falta esperar a que se fabricaran móviles de última generación, con un lienzo y una capacidad artística fuera de lo normal obtuvo algo que siglos más tardes se ha hecho muy popular. La familia de Felipe IV prestó un gran servicio a la humanidad, (hasta el perro entró en aquel memorable selfie).
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