(“ABC“/ MADRID, 11 de febrero 2014)
A obelisco caído todo son pulgas, justo lo que ha pasado con este montón de chapa que se ha vencido por culpa del viento. Demasiado rígido para soportar las embestidas de las inclemencias y demasiado inhiesto para aguantar el paso de los años, (¡La vida es así!). Tan gigante como torpe se vino abajo afortunadamente sin provocar daños porque si te pilla un pie te manda al callista. Tampoco faltó quién se acordara de Calatrava aunque en esta ocasión no es obra suya.
Nadie reconoce su paternidad, ni Ayuntamiento de Madrid, ni Comunidad, ni Fomento. Los obeliscos caídos no tienen padre ni madre. En Vallecas se remontan a la noche de los tiempos para localizar al concejal que estaba al frente cuando se plantó el gran mamotreto con pretensiones egipcias y que más bien parecía una pierna de Mazzinger Z. Y como no es de nadie tampoco hay quién se haga cargo de reparar el estropicio de tal manera que la recuperación del artilugio, (también podría tomarse como un homenaje a los suptniks soviéticos), puede demorarse para siempre jamás.
Si fuera más atractivo se podría convocar un concurso de apadrinamiento pero siendo tan feo lo tiene complicado, nadie quiere presumir de unas planchas de metal con ínfulas de gran obra de arte. Este talegazo le manda al chatarrero sin duda salvo que aparezca la Thyssen y lo abrace como hacía con los árboles de Recoletos.
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