(“LA GACETA DE SALAMANCA“, 2 de febrero 2014)
Yo era un niño y Luís Aragonés un delantero famoso que lanzaba una falta contra el Bayern de Munich en la final de la Copa de Europa, en la televisión enfatizaban mucho el momento porque el Atlético de Madrid estaba a punto de tocar el cielo, ¡y vaya que lo tocó! Aquel gol de Luís nos enseñó que era posible soñar despiertos aunque luego viniera el empate y después perdiéramos la Copa que moralmente nos hizo campeones de Europa durante unos minutos.
Luís era muy atlético y con esa filosofía de “sabio de Hortaleza” fue capaz de inculcar en los jugadores de la Selección una moral de pobre que sabe vacilar al rico porque se siente superior a él. Luís era rojiblanco, pero también rojo y blanco, republicano a su manera, amante del rojo y negro de las ruletas de los casinos, personaje digno de letra de Sabina, filósofo sin escuela de referencia, un tipo cariñoso que apenas sonreía, y en definitiva un entrenador que fue capaz de crear ilusión dónde “la roja” solo cosechaba malos ratos. Luís no logró aquella Copa de Europa de equipos con el Atlético de Madrid pero consiguió que España fuera campeona de Europa, y para romper el gafe les pegó unas charlas estupendas a los jugadores para que se sintieran importantes, únicos, invencibles. Lo hizo como un general espartano antes de la batalla: salimos a darlo todo y juramos no regresar en vacío ni caer sin gloria.
Su biografía es la de un hombre que jugando con los pies hizo grande su cabeza y logró un respeto extenso en un país dónde los cuchillos vuelan lanzados por la envidia. Luís era tan discreto que le hubiera gustado muy poco leer todo lo que se ha dicho de él desde que conocimos su muerte, nos habría caído una buena bronca por exagerados y charlatanes.
El fútbol es una metáfora de la vida como lo son todos los combates que se libran en un terreno de juego, (hasta una final de ping-pong), por lo tanto se nos ha ido un mariscal de campo valiente, una persona de honor, un español discreto, quizá de los últimos de su especie. Pero sobre todo un tipo honesto que disfrutó de la vida sin codiciar nada de los demás.
Por muchas veces que vuelvo sobre la memoria de aquella final contra el Bayern de Munich el 15 de mayo de 1974 siempre empatan los alemanes, pero durante seis minutos el Atlético fue Campeón de Europa. En realidad nunca perdimos aquella final salvo en el acta del árbitro porque allí empezó el mito de Luís Aragonés, el “sí se puede” del fútbol modesto. Años más tarde Casillas levantó la gran Copa de Europa, había nacido “la roja”, y alguien tan discreto como Luís Aragonés prefirió quedar al margen y seguir siendo “sabio” hasta cuando guardaba silencio.
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Etiquetas: Atlético de Madrid, Luís Aragonés