Después de todo no te marches dejando las colillas porque siempre me pasa lo mismo.
Después de todo nunca me gustó que no fueras capaz de dejar de fumar,
ni que no dejaras de mirar de esa manera.
Después de todo me faltaron cuatro frases
para acabar este diálogo que se quedó a medias
pero con el sabor del arroz con leche y un espera.
Te dije que ibas demasiado deprisa
después de todo no caí en la cuenta
de que eras una piloto de Fórmula 1
metida a cazadora de vientos y que te peinabas
con las dudas unos tirabuzones interminables.
Después de todo te olvidaste de llevar estas palabras
pero en los bolsillos de tu abrigo había nubes de prisa,
volaste, volaste y yo me quedé aquí.
Me quedan el humor, también estas palabras.
No estuvo mal, es cierto.
Después de todo el adiós se consumió en el cenicero,
pedí la cuenta, pagué, y coloqué tu silla
como si nunca nadie se hubiera sentado allí.
Dicen que andas por los bares como un suspiro
porque, después de todo, te olvidaste de recoger el humo,
y de darme las gracias. Es igual, cerré tu cuenta,
volví sobre mis pasos y las huellas me reconocieron
como si fuera un tránsito conocido hacia el futuro.
La propina de tu adiós me la quedé yo.
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Desconocía que la hija de Emilio de Villota fumase…
Su ceniza -como el amor- debiera ser más duradera, de cigarro.
El que paga la cuenta, se queda con el humo (fatuo) y la ceniza del pitillo amado, corta, frágil, abrasiva, mientras su habano languidece sobre el cristal de ‘todo a cien’.
Maravillosa y permanente. Avutarda: no cambies
Después del merecido reproche al contrario, en todos los aspectos de la vida , pero quizá más en el terreno amoroso, debe haber algo más que justifique todo el dolor y confusión pasado, toda aquella sensación de perdida, de bloqueo mental, en definitiva de simple miedo al volver a empezar. Uno tiene que escalar un poco más en la interpretación del desolador acontecimiento para llegar al convencimiento de que nadie nos va a dar la paz que necesitamos, tampoco la dulce sensación de absoluto, ni la calma del haber llegado ya. Como mucho podremos llegar a compartir partes pequeñas, reservadas de nuestro ser. Aquellas que queramos enseñar y merezcan la pena compartir con el otro, porque las otras, son sólo nuestras. Cuando pongamos por encima de cualquier relación el respeto total, primero a uno mismo, después al otro, entonces “la cosa” podría empezar a funcionar. Es preferible compartir momentos escogidos que vidas enteras.
Victoria
Sí, son hermosas palabras, pero digo yo que ya va siendo hora de actualizar, my friend…
Un besazo
“Después de todo el adiós se consumió en el cenicero”: lo demas me gusta, esto lo envidio.