Montemos el Belén

(“La Gaceta de Salamanca“, domingo 8 de diciembre 2013)

A pesar de que Benedicto XVI dijo hace un par de años que en el pesebre no hubo mula ni buey seguimos comprando mulas y bueyes, ¡a fin de cuentas quién es un Papa, experto en Teología, para decirnos qué figuritas ponemos en nuestra casa! Y por comprar lo típico de la Navidad se atasca el centro de tal manera que todos los niños se convierten en Chencho, candidatos a perderse entre los puestos de la Plaza Mayor. Y los abuelos de los nervios porque como decía la greguería de Ramón: cada vez que anuncian por megafonía que se ha perdido un niño pienso que ese niño soy yo.
El Belén es una recreación doméstica que no respeta ni la Historia, ni el Arte, ni las proporciones debidas; por eso Herodes no cabe en el castillo y cae la nieve en un sitio tan cálido donde los peces no es que beban, ¡es que vuelven a beber! Eso dice la leyenda de las panderetas que se remonta a la noche de los tiempos y permite cantar hasta los que tienen un oído enfrente del otro. No es necesario buscarle lógica: por mucho que lo reflexiones Holanda no se ve desde Judea, se trata de otro absurdo de los villancicos.
Pero tampoco hace falta ponerse muy estrictos porque los nacimientos se ponen siempre en función de lo que quieren los niños, soberanos inocentes. No seamos ahora muy exquisitos porque salvando a los grandes belenistas los demás tiramos a trapaceros de montañas de cartón y ríos de papel de plata. Algún día Montoro nos cobrará el IBI del portal en función de los centímetros cuadrados y del número de pastorcillos que acuden a la convocatoria. Y De Guindos preguntará qué tipo de contrato tienen las lavanderas, si están dadas de alta en la Seguridad Social como empleadas fijas discontinuas. Tampoco descarten si el nacimiento es completamente español que el sindicato de pastorcillos se ponga en huelga entre el 24 de diciembre y el 7 de enero y solo quede un “caganet” de servicios mínimos.
Bien pensado montar un Belén en condiciones es harto complejo y no está exento de contradicciones, igual que nuestra biografía. Nadie sabe por qué San José cada año está mas alto, tampoco es pequeño misterio que el ángel de la anunciación no aparezca escayolado con los trompazos que se pega al caer desde el tejado. Y no digo nada de los Magos con sus pajes vestidos por el sastre ibicenco de los Locomía.
Es tal despropósito que si el personal reflexionara dejaría de atascar el centro en Navidad pero las luces callejeras nos atraen como mosquitos deslumbrados por los faros de un Pegaso. Es parte del mal del turrón que convierte el placer en lorzas y sobrepeso. Si solo fuera la mula y el buey lo que sobra para celebrar la Navidad lo podríamos dar por bueno.

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