(“ABC“/MADRID, sábado 19 de octubre 2013)
Uno empieza a creer que en la sucesión de interminables parches de Avenida de América mas que un coordinador de obras lo que hace falta es un director de orquesta. Es difícil entender que nunca terminen de arreglar aquello y lo que un día es un cambio de carriles al día siguiente es una acera cortada o unas vallas metálicas que obligan a caminar en fila india. Un director de orquesta al menos conseguiría que los ruidos fueran coordinados y no sufrieran los vecinos un agotamiento sin fin.
Avenida de América es la puerta natural de entrada de los turistas que llegan en coche desde Barajas, hace las funciones de la antigua Puerta de Alcalá. Lo primero que ven los turistas es un caos que recuerda a aquel Madrid de Gallardón donde las calles se pusieron al revés como un calcetín, todas de golpe. De aquel caos donde caían atrapados los ingenuos mal informados queda este pequeño reducto, (una aldea gala sin Astérix), de Avenida de América con una pirámide sumergida llamada “intercambiador” que no termina nunca de cambiar. Solo nos falta que saquen a los viajeros a la superficie en cápsulas como hicieron con los mineros chilenos.
Estas obras llevan camino de ganar en longevidad a las que hubo en la Puerta del Sol en tiempos de Magdalena Álvarez de ministra, y quién sabe si terminarán conectando a través de un túnel secreto con alguna localidad de China. Con menos tierra removida se han construido murallas, viaductos y puentes kilométricos. Por lo tanto pongamos un director de orquesta para que por lo menos este galimatías urbano tenga sentido y esté afinado, además de crear un premio Job para los vecinos atrapados sin ver la paz del asfalto.
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