(“El Boletin”, miércoles 2 de octubre 2013)
Desde sus gafas de sol veinte siglos de chanchullos nos contemplan. Es Carlos Fabra, cacique de Castellón por la gracia de Dios y por herencia de generaciones previas que también fueron caciques con Franco pero luego supieron adaptarse a los nuevos tiempos.
Diez años después de comenzada la instrucción se sienta en el banquillo y, como no podía ser de otra manera, esta mañana ha sido recibido por los partidarios que le jaleaban. Seguro que no se ha dado cuenta porque estaría pendiente de otras cosas pero igual recibieron la semana pasada a Messi, y en su día a la Pantoja a la que daban palmas en la puerta de los juzgados. Los entusiastas acuden hasta pagándose ellos el bocadillo, claro está que alguna entradita para el siguiente concierto esperarían recibir, tanto de Pantoja como de Fabra que aún no siendo cantante tiene mano en el PP valenciano.
Fabra se puede considerar parte de esa España folklórica que jalea, o insulta, a las puertas de los juzgados. Cada vez son más numerosos porque el espectáculo de salir ante las cámaras les excita. En lo de Messi había una mujer que se preguntaba cómo se metían con él que era tan buen jugador, “que investiguen al Urdangarin que habrá hecho cosas peores”. Otra dijo que había acudido a presentarle a “Pollo”, ¿como dice, señora?, pues sí, quiero presentarle “A-Pollo moral”.
Fabra debe saber que diez años después algunos delitos de los que se le acusan estarán en el limbo de los yogures caducados, de proscrito a prescrito. La parte judicial es la que se tiene que ventilar estos días, y a cada entrada suya otros aplausos, la parte moral no se juzga pero es cierto que la cara es el espejo del alma. Ese rostro no puede ocultar que construyó el aeropuerto de Castellón y que se encargó una mega estatua con su efigie a tamaño inquietante. No es por exagerar pero quizá a mayor tamaño que la torre de control. Un ego para varios conciertos. Y los aviones sin llegar. Un despropósito todo.
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