El frÃo, como el calor, es siempre relativo. No es que lo dijera Einstein sino que uno puede utilizar la cuestión climática en cualquier momento, (salvo Rajoy que tiene más información por un primo que es un fiera y lo sabe todo). Uno se monta en un ascensor y a poca confianza que tenga con otra persona, ¡zasca!: que si hace frÃo, que si hace calor, que si el tiempo va a cambiar que lo ha dicho la radio. A veces me dan ganas de preguntar: ¿qué radio?, porque ahà también “depende”. Por ejemplo, no es igual que Losantos diga que van a caer rayos y sapos verdes, a que lo diga el elegante Francino. Yo los escucho a todos y luego saco mis consecuencias que se deben al trastorno isobárico y al descojone polÃtico, (quizá ambos factores influyeron en la desaparición de los dinosaurios).
Puede ocurrir que salgas a la calle y notes cierto frescor, que no “frescura”, (de hecho soy bastante fresco, asà que no deberÃa incomodarme el frÃo en el rostro). Pero como vas con prisa, el dÃa está claro y esa mañana no has escuchado la radio, ni siquiera a Josemi diciendo que la gente bien nunca habla de sus calentamientos corporales, pues te encuentras con un luminoso que te recuerda la temperatura.
Es decir: una barbaridad. O un “barbarismo” del verbo “nosepuedetenermasfrio”. Pero la gente caminaba normal, yo también, y la mañana estaba metida en soles de diciembre. Con esa temperatura deberÃamos estar congelados, con las canillas tipo palitos de merluza de las bolsas de Pescanova. Y el mismo “palito” del todo congelado. En cambio todo era normal y hermoso en la mañana de un domingo en el Paseo del Prado, (si fuera un Tour de guiris añadirÃa: “a la izquierda pueden ver el Museo del Prado y al fondo la glorieta de Atocha donde se encuentra la estación del mismo nombre, cabecera de los trenes AVE”).
Está claro que las cosas son más normales de lo que parecen: yo he caminado por Madrid a 173 grados bajo cero, y no me ha pasado nada. Ni un catarro, ni una tos. Asà que la próxima vez que alguien me hable del tiempo le diré: “¿FrÃo, yo?… nunca”. Eso sÃ, es posible que a un turista los madrileños les parezcamos gente estirada y bastante frÃa. Pero lo repito: todo es acostumbrarse como dijo San Lorenzo cuando le dieron la vuelta en la parrilla.
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FrigorÃas, bonito término. Los vendedores de AC se quedan tan panchos cuando te lo espetan cerca del verano. Pués, del invierno son propias sus antónimas, las calorÃas.
TecnologÃa ‘inverter’, señora. Le da usted la vuelta al artilugio y, zas, ya tiene calor. Es de clase ‘triple AAA’ -joder, me acuerdo de la Argentina que no me gusta-, máxima efiacia, mÃnimo consumo. Ah, ya, como las bombillas de Sebastián.
Y, silenciosooo que no vea.
Me voy a hacer ¡Fujitsu por el foro!
¡Es verdad! ¿Por qué somos tan simples y en los ascensores nos da por hablar del tiempo? Mejor callarnos y limitarnos a mirarnos a los ojos, si tenemos arrojo para aguantarlo, o esperar a que llegue nuestro turno para salir ,como el que espera se ponga en verde el semáforo, “escopeteados”. A mi me encantan esas situaciones en las que la tensión se puede cortar y crees ver en el otro atisbos de humanidad, después, cuando el ascensor llega a su destino, todos salen aliviados por el trance poniéndose el bolso ellas y mirando el móvil ellos.
¿De qué otras cosas podrÃamos hablar en los ascensores? DarÃa para otro post.
Victoria.
Carlos: ¿frigorÃas?, ¿con ese frÃo?, ¡deben ser algo más que frigorÃas! Supongo que a partir de ciertas temperaturas los relojes dejan de marcar la temperatura para marcar pasos de mambo.
También me sorprende que el frio se venda como silencio, pero la calefacción no. Es curioso: el frÃo ciega tus ojos como dirÃan los Platters
Victoria: Jardiel dejó escrito un libro muy divertido “Para leer mientras baja el ascensor”. Es verdad lo que cuentas cuando llegamos al piso y la gente respira porque puede volver a ser anónima. El ascensor es una pequeña cárcel con puertas que se abren pasado un tiempo. Y, desde un punto marxista del estudio de los sistemas epistemológicos, es también un sistema en sà mismo que a su vez mantiene sus reglas. Todos los niños de un colegio llevan el mismo uniforme y quizá piensen igual, y todas las personas en un ascensor se comportan como un todo unido y se deben al orden de ese sistema.
En los ascensores es mejor hablar poco, porque si empiezas la conversación y no la terminas, entonces es charla interruptus.
Asà me gusta, haciendo cosas extraordinarias con naturalidad, con la piel de diario. Es lo que tenéis los héroes.
La muerte dulce la llaman a esa que sucede a -173º. (¿existe ese frÃo?)
Es verdad que todos somos tan parecidos… Desde que lo creo, Marx mediante, no me siento incómoda en ese microclima que es el ascensor, porque sé que comparto incomodidad con otro ser humano. A veces resulta hasta excitante…
Y es que todo es relativo (hasta este absoluto es relativo…)
Bárbara: gran verdad, todo es relativo. En una Semana Santa malagueña escuché a un locutor decir una frase memorable: “¡el trono de la Virgen está en la máxima estrechez!”. Todo es relativo. Y si le pones el acento: “mázzzima eztreché”, mejor.
Yo pensaba que la muerte dulce era otra cosa, más tropical, pero debe ser eso.
La próxima entrevista que le haga al capitán Pescanova le pienso preguntar si ha conocido ese frÃo en sus canillas. A esa temperatura creo que no ha llegado ni Walt Disney.
Olvidé decir en el comentario que el calor es de pobres y el frÃo de ricos. Por eso Walt Disney dijo antes de suspirar: “¡por favor, congeladme”, en otro caso hubiera dicho: “¡por favor, cocedme”. Nada que ver.
¿FrÃo yo?… nunca. Me suena a eslogan de Termolactyl. SÃ, aquellas camisetas para frioleros y enterizos pijamas interiores para vaqueros en ciernes.
Cuando el cabrón de Celsius sólo marca 20 nadie abre la boca en el elevador. Tiene que producirse algo extremo. Todo lo contrario que Iberia. Haga frÃo o calor, Richard Clayderman está siempre al piano, como Mari Cruz soriano.*
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* Como vive en Zaragoza, conoce muy bien los extremos y, a veces, en un mismo dÃa.
¡Hombre no!.. No se me ocurrirÃa por nada del mundo iniciar una conversación con alguien en el susodicho por mucho que quisiera detener el reloj por ese alguien. El…. interruptus te puede definitivamente amargar el dÃa y no estamos para tristezas con el frio que marca tu termómetro.
Victoria.
Tiritar está cerca de tristeza, las dos palabras deben ser onomatopéyicas. Tirita el aterido por el frÃo, y se le llena de zetas la boca al trizzte.
Veo que Bárbara y Victoria no se ponen de acuerdo en los ascensores, eso está bien, ¿usted a qué piso va?, (creo que debe ser la frase más repetida en España a lo largo del dÃa).