Con cara de tontos, de muy tontos, nos hemos quedado en esta semana del robo industrial a gran escala. La estupefacción no es tanto porque notables personajes de la zona vip´s hayan robado, el pasmo es porque lo han hecho a manos llenas mientras recomendaban para los demás austeridad salarial, recortes laborales y se daban golpes de pecho en los primeros bancos de la iglesia. Dice un juez que entre CDC y Ferrovial existió “un pacto criminal”, (no había leído nada mas duro en años, esa frase nos sitúa ante la foto de Al Capone). A eso le podemos añadir el agujero contable de Díaz Ferrán en Viajes Marsans, o la nueva cuenta que ha aparecido en la cara oculta de Suiza y que está a nombre del gran Houdini de la artesanía fiscal española, Luís Bárcenas. Y como hace mucho calor también tenemos en la sombra al que fuera todopoderoso presidente de Bankia, cómo serán sus delitos que ni siquiera hay fianza que le rescate.
La España de Quevedo ha vuelto, estamos rodeados de sepulcros blanqueados y de un hedor insufrible que se complica por culpa de estos calores; lo que ya era pestilente el termómetro lo termina de estropear. El pillaje se consolida a medida que se avanza en la financiación de los partidos políticos porque aunque Caldera diga que “lo que es legal, es legal”, la conexión entre empresarios donantes y obras publicas graciosamente concedidas es otro clamor. Este maremágnum en el que se mezclan ideologías, contratos, sobres en B, dinero no declarado y comisionistas, hay que denunciarlo para que no pase por alto. Callar hoy ante semejantes tropelías es ser cómplice de estos tipos que forman parte de ese “pacto criminal” del que habla el juez. Las reclamaciones quizá no lleguen a ninguna parte pero hay que dirigirlas en dos sentidos: no en mi nombre, y no con mi dinero.
La decadencia moral es justo lo que vemos publicado cada día en la primera página de los periódicos: un escándalo sucede a otro y así hasta tapar con capas de inmundicia lo que debería ser tratado como residuos tóxicos muy contaminantes. Amparados en la excusa de que todo es negocio nos han dinamitado valores como el esfuerzo, la honestidad, la palabra. Estas cosas no se pueden valorar en una sentencia, el daño moral no se contempla salvo para medirlo en euros pero la honestidad nunca ha tenido precio. El dolor de un joven científico que debe dejar España lo sentimos todos porque nos afecta en primera persona.
En adelante ya veremos cómo califica la Historia al periodo en el que la crisis sirvió para justificar muchos desmanes. Por si sirviera para algo pudiera llamarse el triste decenio de la garrapata.
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