Vistos desde lo alto cualquier acantilado se parece a otro. Todos son iguales: todos tienen agua de mar, rocas, espuma y movimiento.
Los acantilados tienen vocación de suicidas y sonido de orquesta sinfónica. A nadie en su sano juicio se le ocurrirÃa arrojar una moneda a un acantilado pidiendo un deseo, o remangarse los pantalones y mojar sus pies en el mar agitado. Un mar que es potro sin doma y pelos revueltos. Y viento, no olvidemos que el viento zumba como si fuera la mala conciencia.
Uno se queda mirando desde arriba y puede sentir la angustia del náugrafo. Y te preguntas cuántos siglos tienen que pasar para que esas mismas gotas de agua se vuelvan a unir para saltar por encima de esas piedras: ¿cien?, ¿mil?, ¿qué hace el mar cuando no se pelea con las rocas?
¿Cuántos siglos han de pasar para que me vuelva a acordar de tà como ahora mismo, frente a esa foto, teniendo como testigo al acantilado de mi vida?, no escucho el mar, tampoco tu voz, pero esa agitación algo tiene que ver con todo lo tuyo. Vista de cerca, querida tempestad, no me das ningún miedo.
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Bonita reflexión final que muestra lo que eres y a la que todos deberÃamos llegar más pronto que tarde. Pienso que el gran reto de la vida es asumir nuestras propias tempestades y “mares interiores bravÃos” para ponernos enfrente de ellos con la suficiente distancia necesaria y poder llegar a entender por qué se dan.
Victoria.
El mar es la memoria, he escrito esta frase varias veces sin saber del todo qué querÃa decir. Ahora me doy cuenta que esto que dices es lo que yo querÃa decir. Y sigo sintiendo vértigo frente a un acantilado, y unas absurdas ganas de tirarme, como una forma de acabar con él.
Es precioso esto.
Victoria: hay dos maneras de marcharse, por tu propio pie o arrastado por la corriente. Es una osadÃa pretender estar por encima de la tempestad pero a la vez hay que mirar a los ojos para no dejarse vencer. Puede que ella, (todo viento, ruido y fuerza), pretenda acongojarnos, pero la memoria acostumbrada a la luz no se puede ahogar en un acantilado.
Bárbara: el mar es la memoria, por supuesto, y los recuerdos son los que chocan contra el presente. Tirarse al acantilado es dejarse vencer por la tentación, (tampoco es tan malo), nadie puede afirmar que el mar esté lleno de pecadores.
Nunca pierdas la noción del vértigo, eso es lo que te mantiene viva. Las gotas de lluvia caen sin más porque las nubes no tienen ninguna conciencia.
Tres son los acantilados, que yo conozca, singulares en el mundo: los de San Andrés de Teixido, entre Cedeira y Cariño (Galicia) -los más altos de Europa-, los ‘cliffs’ del sur de Inglaterra (Dover) y los de los fiordos escandinavos.
Acantilarse es embarrancar, tropezar tozudamente contra una pared. No obstante, creo que no todos son iguales, sólo lo parecen. Unos frenan navÃos a la deriva, otros rebajan el Ãmpetu de la mar, sirven de trampolÃn a suicidas o hacen de soporte al marisco…
Para conciencia la mar, pertinaz, rompiendo bravamente sus olas (memoria) contra las rocas (nuestra psique), horadándolas, modelándolas. Mas ésta desconoce la solidez de la muralla, sus materiales (principios). Y, aún asÃ, estrella sus ondas dÃa tras dÃa tenazmente.
Qué hermoso, amigo. Pa habernos matao, la verdad.
Un abrazo desde arriba
David
Carlos: te nombraré farero de accidentes ya sean éstos personales o geográficos.
David: gracias porque fuiste un excelente compañero de viaje. Efectivamente, ese acantilado es de Melilla, pero podrÃa ser de cualquier otra costa. Es verdad, después de todo lo charlado y vivido en Igueriben: “pa habernos matao”.
¿Y vosotros sois escritores? se dice: pabernos matao…
Tienes razón, Bárbara. Somos escritores pero nos despeñamos por los barrancos, nos ciscamos en los subjuntivos y le tenemos poco respeto a los adverbios. Total, que somos escritores, ¿qué se puede esperar?
Menos mal que siempre hay una chica poeta a mano. Gracias, corazón.
Bonita profesión la de farero, ya casi extinta. Siempre proyectando luminarias a botes y náufragos, códigos ininteligibles de radio-goniómetro, morses de chiflado solitario. Guardián de cantiles, meteorólogo de agÃŒeros buenos y malos, oficial de puente en dique seco, luciérnaga de carburo…
¡Quién fuera farero! O ‘marinero de luces’, que cantaba ‘la más grande’, la del faro de Chipiona.
No sé. No tengo claro si es mejor ser “farero de Chipiona”, o “Cipote de Archidona”.
HabrÃa que estudiarlo.
Bonita imagen.Saludos
Gracias Nacho, el autor de la foto te lo agradece. Los acantilados tienen su lado poético.